|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXX|

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LA LLAVE QUE DESENCADENÓ EL PRINCIPIO

[P a r t e  u n o]


Ser consciente de todo lo que su madre hizo por ella, motivó a la pequeña Grunewald para aumentar el sentimiento en sus canciones, y ensanchar su sonrisa frente a los clientes, aunque por dentro estuviera sufriendo.

—Aquí tienen —anunció de manera teatral depositando sobre la mesa tres tarros de cerveza.

El lugar era ocupado por un trío de ebrios, todos con el mismo aspecto desaliñado y un olor de no haberse bañado durante varios días. Solamente conocía a uno de ellos, que era a quien Benno siempre sacaba a patadas del local por negarse a la petición de irse.

—¿Te han dicho lo linda que eres? —El más apestoso de los tres se inclinó hacia ella, dispuesto a acariciar su oscura melena.

Geheim retrocedió ocultando su miedo, pasó un mechón de pelo detrás de su oreja, y sonrió con falsedad pegando la charola de madera a su cuerpo.

—Más veces de las que se imagina, así que puede ingeniárselas para decir otro halago que no me haya aburrido ya.

Los acompañantes del hombre soltaron una risa burlona. Para mal del primero, Geheim no solo había aprendido de su madre el canto, sino también cómo dejar a los hombres en su lugar cuando comenzaban a pasarse de la raya que dictaba el respeto que todos se merecían.

—No dijiste que además de hermosa, también era toda una fiera —opinó uno de ellos.

—Es porque jamás había tenido el honor de recibir uno de sus insultos.

—No fue un insulto —respondió la pelinegra borrando su sonrisa—, es más que la verdad. Así que... caballeros —dudó en decir lo último— si no necesitan nada más, me retiro.

—¡Oye, oye! —El hombre de dientes amarillentos la detuvo de la mano, y por más que Geheim trató de deshacerse de su agarre, él no la soltó—. ¿Te vas tan rápido?, ¿no nos dedicarás ni una sola canción?

—¿Qué le parece la de "no me interesa lo que diga? —burló con enfado sin dejar el forcejeo.

—¡Jo! No seas tan ruda conmigo, niña. Eres muy pequeña para ser tan valiente —sus compañeros rieron con ganas, observando de arriba hacia abajo a la joven pelinegra.

—Suélteme —ordenó arrugando el entrecejo. En el fondo estaba asustada.

Sus ojos se centraron en las enormes manos del hombre, mugrosas y con las uñas sin cortar. Sintió náuseas, pensando seriamente en proponerle a Benno una etiqueta para permitir la entrada de los clientes a la taberna.

—No hasta que no cantes para mí, pequeña Sladkiy.

—Lamento decepcionarlo, pero tendrá que esperar el número, porque yo no doy presentaciones especiales —los dedos del hombre se marcaron en su piel.

SILENCE || Levi Ackerman (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora