|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XLIII|

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El regreso del hombre con cejas prominentes resultó un completo martirio para el soldado más fuerte de la humanidad

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El regreso del hombre con cejas prominentes resultó un completo martirio para el soldado más fuerte de la humanidad. Se quedó de pie frente a las puertas dobles de la corte, removiéndose cada cinco segundos, acomodando su cabello y tirando de los extremos de su saco para calmar la extraña sensación que le hacía cosquillear el abdomen y trasero. Odiaba eso con todas sus fuerzas, tanto como no saber lo que sucedía del otro lado de la ciudad, donde Geheim Grunewald debía estar.

Desde esa distancia, únicamente se percibían los picos crecientes de poco en poco, pero nada más. En ningún momento alcanzó a ver la cabellera desastrosa de la mocosa muda, o a sus compañeros siquiera, para indicarle que cumplirían su palabra de devolverla sana y salva. No hubo ninguna noticia, y eso lo estaba matando por dentro.

El sol ocupó lugar en lo más alto del cielo cuando la milicia llegó. Mentalmente contó las bajas: diez soldados heridos, cinco muertos, y los demás parecían estar relativamente bien, nada que un poco de alcohol y gasas no quitara. Formando una larga fila a paso apresurado, los soldados cruzaron el umbral de la puerta ignorando por completo al azabache, cosa que en realidad no le interesaba demasiado. Darius Zackly pasó a su lado, rodeado casi completamente por sus subordinados, y fue momento de saciar su curiosidad.

—¿Y la cadete? —preguntó metiéndose cómo pudo en el extenso círculo.

Uno de la Policía Militar lo miró de mala gana cuando lo empujó para ganarle el lugar.

El rostro rojo y cansando de su superior le contestó que no estaba de buen humor.

—¿Dónde está? —insistió con voz grave—, prometió mantenerme al tanto, Generalísimo, hago uso de su palabra en este instante.

El barbudo suspiró exasperado, haciéndose a un lado para que los demás pudieran seguir su camino. El cumulo de personas a su alrededor se deshizo en cuestión de segundos, brindándole un respiro al más bajo de los dos.

—Retomaremos la búsqueda apenas sean atendidos los heridos.

El cuerpo del pelinegro se tensó a la par que apretó con fuerza la madera de la muleta.

—¿El viejo se la ha llevado de nuevo?

—Ella escapó, capitán —informó al cabo de meditarlo unos cuantos segundos—, huyó después de asesinarlo.

Hange y Erwin vieron desde la distancia cómo su compañero se deshacía de la muleta dejándola recargada en la pared, tal vez guardándose las ganas de lanzarla demasiado lejos una vez que el generalísimo se apartara de él, para así no faltarle al respeto. El rostro del hombre más fuerte de la humanidad se tornó rojo, y su ceño fruncido se volvió mucho más prominente que antes.

—Erwin —la voz de Shadis clamó por la ayuda de su capitán para ir a controlar un posible arrebato del más bajo.

El rubio no lo esperó más, y caminó hacia él tratando de mantener la compostura.

SILENCE || Levi Ackerman (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora