|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXXVI|

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El estado de Geheim Grunewald empeoró con el pasar de los días, entre más veces el sol se ocultara tras las murallas, más deplorable llegaba a verse, espantando a la líder de las tres mucamas a cargo de su cuidado

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El estado de Geheim Grunewald empeoró con el pasar de los días, entre más veces el sol se ocultara tras las murallas, más deplorable llegaba a verse, espantando a la líder de las tres mucamas a cargo de su cuidado. Su salud lógicamente se vería afectada si no bebía y comía nada, y es que la muchachilla era tan terca, testaruda y rebelde, que se negaba a probar bocado por más veces que Dyra insistía en rozar los cortes de carne sobre sus labios y nariz, esperando que el olor la hiciera caer. Pero Geheim estaba decidida a no comer nada que ese hombre pudiera darle, y la mujer entendía que razones le sobraban después de tanto dolor producido.

A pesar de que su negación se había convertido en algo ya muy común, después de varios días de estadía en la mansión del primer ministro, aquella vez fue diferente. La joven pelinegra vio al trío cruzar el umbral de la puerta, sin embargo, no tuvo la fuerza suficiente para enderezarse en su lugar de modo que le fuera más fácil evitar el contacto de Dyra. Se quedó recostada en el mismo sitio, con las manos rodeadas de las esposas, hundidas bajo las delgadas sábanas que la cubrían, mientras su cuerpo se estremecía cada cierto tiempo, alarmando a la mayor de las tres.

Geheim se relamió los labios agrietados cuando ella se le acercó, tomando asiento justo a su lado, y cuando la mano de la mujer se posó sobre su frente, el frío de su piel le hizo cerrar los ojos ante lo satisfactorio que eso le había resultado. Dyra supo al instante, que estaba enferma, la fiebre la tenía en tal estado, y si no encontraba el modo de bajársela, probablemente empeoraría a tal punto que ninguno de los dos contrincantes podría ganar sobre el otro. Además, si algo le sucedía a la joven Grunewald, ella sería la única responsable y quien pagaría con creces.

Alarmada al pensar lo último, la tomó por la nuca para poder levantarla un poco, y de forma sorprendente, la azabache no protestó hasta que no hubo acercado el vaso de agua a sus labios.

—Vamos, señorita, tiene que beber algo, tan siquiera —le habló con suavidad, esperando que su tono la hiciera recapacitar.

Los ojos adormilados de la soldado, la miraron con cansancio, y apretó la boca ocasionando que de sus labios brotara una pequeña gota de sangre.

—Señorita... —insistió en un susurro.

A pesar de que la chica prisionera no lo demostró, Dyra supo que aquello le apenaba por igual, incluso aunque se esmerara en ocultar a la perfección cada una de sus emociones, por el miedo a salir lastimada de nuevo, quiso suponer. Dyra sabía que ella no era un monstruo a pesar de lo que aquellos hombres bien vestidos pudieran decir, sólo era una niña rota por dentro que necesitaba tiempo para sanar.

La vieja mucama se llenó de incomodidad cuando ciertas palabras se le atoraron en la garganta. Ella no tenía permitido interferir en los asuntos del representante del rey, sabía que de hacerlo, terminaría como todas aquellas personas antes que ella. Lo mejor era guardar silencio.

Geheim tampoco probó bocado ese día, y durmió el resto de la mañana sin moverse en lo más mínimo, pues cada vez que le tocaba a Dyra hacer las rondas, la de hebras cortas seguía exactamente en la misma posición. Sólo hasta que la desesperación le fue inaguantable, se animó a ir a la oficina de su señor.

SILENCE || Levi Ackerman (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora