|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XLII|

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Luego de la extraña actitud del primer ministro, fue escoltada de vuelta a la demacrada habitación, no sorprendiéndose cuando el barbudo solicitó no encadenarla más, pareciendo demasiado seguro de que, a partir desde entonces, todo marcharía para ...

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Luego de la extraña actitud del primer ministro, fue escoltada de vuelta a la demacrada habitación, no sorprendiéndose cuando el barbudo solicitó no encadenarla más, pareciendo demasiado seguro de que, a partir desde entonces, todo marcharía para un mayor suyo.

La tentación por salir huyendo en busca de su madre durante el camino, fue demasiado grande, tanto así, que su cuerpo cansado tembló durante todo el trayecto, mas la confusión la mantuvo al margen, quieta, poniendo un pie por encima del otro de forma automática. Las palabras de Rächer Königreich tuvieron un gran impacto en ella, dejándola desorientada, lamentablemente, todo eso no hacía más que favorecerlo a él, volviéndola débil. Odiaba sentirse así.

Su pequeño cuerpo se tensó una vez que llegaron, al descubrir la habitación un poco más limpia y ordenada, con la cama acomodada a la perfección para que inmediatamente procediera a descansar, y las antorchas encendidas para mantener su temperatura estable. Un par de mucamas se encargaron de desvestirla rápidamente, procediendo a colocarle una bata de seda más pegada al cuerpo, con delgados tirantes que hacían mucho más notoria su delgadez, y tan larga que le rozaba los tobillos.

La cobijaron hasta la altura de los hombros una vez que se recostó, sin embargo, ninguno de los nuevos tratos y comodidades importaron cuando metió las manos entre las almohadas, descubriendo que su pañuelo ya no estaba.

Nuevamente se sintió sola.







Rächer Königreich se encontró con sus principales subordinados en el ala este de su enorme casa. Sudeon ya atizaba la leña en la chimenea para que la oficina de su señor tomara pronta temperatura, evitando así que sus pies malolientes se congelaran.

— ¿Y bien? —Demandó una respuesta mirándolos con seriedad—. Hablen de una buena vez.

Los hombres se miraron entre sí hasta que uno se sacrificó por el resto.

—Es el generalísimo, señor. Ha comenzado a evacuar las zonas cercanas.

Un tono rojo comenzó a colorear toda su cara. Estaba furioso, el tiempo se le había terminado. Una orden de esa magnitud sólo podía ser aceptada por el Consejo Real del rey Fritz, y, tal parecía, ya lo habían excluido de ello. Él era el representante de la realeza, el alto mando después del rey, le resultaba inaudito que lo hicieran a un lado.

Con tan poco información, había confirmado por fin las sospechas a las que tanto temía. Todo eso sólo podía significar que ya había sido descubierto, ellos ya sabían la verdad, o tan siquiera una parte de ello, y estaba seguro que, teniendo a tantos entrometidos de la Legión metidos de lleno en todo, la Asamblea Real no tardaría en terminar de acomodar las piezas del rompecabezas.

La función había llegado a su fin, tantos años de engaños, secretos y sacrificios, habían concluido de la peor manera.

Fue amenazado por el resto de la Corte tan solo un día antes, unas horas después de que el capitán Smith y el comandante Shadis fueran por la aprobación para la toma de suministros. Todos ellos, vestidos de forma elegante y con porte distinguido, se presentaron en su oficina sin siquiera anunciar su entrada.

SILENCE || Levi Ackerman (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora