|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXXVIII|

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No fue hasta el día siguiente en el que se pusieron manos a la obra

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No fue hasta el día siguiente en el que se pusieron manos a la obra. La tormenta se había detenido durante unas cuantas horas, el sol tuvo oportunidad de salir, y con ello los aldeanos retomaron sus actividades esperando sacar por el pan de cada día. El clima seguía igual de fresco, y de vez en cuando las nubes abarrotaban el cielo azul asustando a la gente. Ya no querían perder más tiempo sin trabajar, y, entre ellos, se encontraba cierto enanito pelinegro y malhumorado.

No durmió en toda la noche, aunque, ¿cuándo es que lo hacía en verdad? Se quedó quieto en su incómoda silla, aguardando hasta que el último copo de nueve cayó en la madrugada, y en la mañana fue el primero en abandonar su habitación cuando el primer rayo de sol tocó el suelo. El revoltijo en su estómago se hizo más grande con forme caminaba hacia la habitación del loco suicida que tenía por amigo: Erwin Smith.

—Levántate, desgraciado, es hora —ordenó azotando la puerta.

El dormitorio del cejudo era tan grande como el suyo, con la única comparación de estar un poco más desordenado, con papeles por aquí y por allá. Chasqueó la lengua al ver lo desacomodado que se encontraba el escritorio principalmente, y se apresuró hasta la ventana para correr las cortinas a ambos lados. Los rayos del sol se filtraron por el escarchado vidrio, molestando los ojos del segundo y así logrando despertarlo.

—¿Eh? —Murmuró su compañero aún somnoliento—. ¿Qué hora es?

—La hora de sali.

—¿Sali?

—Salir a buscar a la maldita mocosa y patearle el trasero al ministro —respondió como si fuera lo más obvio del mundo.

Erwin soltó una risita dejando caer su cabeza de nuevo en la almohada. Había caído tan rendido el día anterior, que por esa única razón se dio el lujo de despertar tarde, se lo merecía por lo menos una vez. El asunto de su subordinada lo tenía demasiado mal, a todos, en realidad, estaba cansado de tanto, mas aún no podía dejar de luchar. Erwin Smith no podía rendirse, mucho menos si se trataba de ellas.

—¿Ya despertaste a Hange?

El más bajito terminó de acomodar una pila de papeles y negó con la cabeza.

—Ayer, antes de marcharme, dijo que le dolía el brazo por el frío. Consideré que lo mejor era dejarla descansar —respondió muy concentrado en su trabajo.

Erwin asintió sentándose al borde de la cama, con la vista perdida en ningún punto existente, procesando todo de forma lenta.

—Tal vez sea lo mejor si la excluimos un poco.

—Ni lo pienses, cejas —interfirió inmediatamente—. Se la han pasado ocultando cosas a los otros y mira cómo terminó todo esto —el mayor desvió la mirada al ser regañado—. La gafas no puede estar excluida, ella también merece estar al tanto de todo. Lo de la mocosa le afecta por igual.

SILENCE || Levi Ackerman (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora