|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ IX|

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Se removió incómoda en su lugar, los párpados le pesaban y el cuerpo le dolía como si una estampida de caballos le hubiera pasado encima

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Se removió incómoda en su lugar, los párpados le pesaban y el cuerpo le dolía como si una estampida de caballos le hubiera pasado encima. Intentó soltar un quejido, pero nada salió de su garganta, un ardor se intensificó en al área y un vago recuerdo le llegó a la cabeza. Su visión era borrosa, no podía ver nada excepto a la figura de su madre tomándola de la mano y tirando de ella por las escaleras. Su pulso se aceleró, y un intenso brillo casi la dejó ciega.

La sombra de la mujer se detuvo de golpe, al fondo se percibía solo el silencio, el suave viento corría fresco y la luz azulada de la luna le encandiló los ojos tan solo un instante, mas nada de eso le interesó más, cuando el llanto de su madre le lastimó el alma. Sus cálidas manos le tomaron el rostro, se le erizó la piel y sintió la humedad de sus propias lágrimas. Se abrazó con fuerza al cuerpo borroso, grabándose el sonido de su corazón.

Escuchó murmullos provenientes de su progenitora, cosas que no alcanzó a comprender. Un pinchazo se insertó en su cabeza y evitó despegar las manos del vestido para seguir en contacto, no quería separarse de ella por nada del mundo. La mujer sin rostro, se despegó de ella una vez más, dejándole una sensación de vacío en el pecho y en el alma, mientras le besó la frente con lentitud.

—Oh, mi pequeño ángel. No quería que las cosas resultaran así, lo siento tanto. —Su voz... esa melodiosa voz que la calmaba por las noches, sonaba aterrada y agitada. Sus labios rosados y llenos de lágrimas, se movieron despacio, formulando palabras que la pelinegra no comprendió—. Tienes que prometerme que harás lo que te estoy pidiendo.

Intentó enfocar la mirada, esperando ver su rostro una última vez, pero no funcionó. Quiso responderle que estaría bien, que la amaba más que a nada en ese jodido mundo, pero nada salió de su garganta.

—Nos volveremos a ver, mi pequeño ángel, que no te quepa la menor duda —sintió sus frentes tocarse.

«Mamá...», su voz ni siquiera salió en un susurro, no había nada. La imagen comenzó a oscurecerse. La figura de su madre era cada vez menos perceptible.

—Jamás olvides que te amo, Geheim, eres lo más preciado que tengo y no me arrepiento de nada —el sonido y su aroma comenzaron a desvanecerse en el aire.

La pelinegra estiró las manos, pero fue demasiado tarde, ella ya no estaba ahí.

—Geheim —escuchó a lo lejos un llamado—. Geheim... —parecía triste y asustado, resultándole familiar—, por favor... despierta, no mueras...

Intentó responder, luchó con todo lo que tenía para responderle a ese hombre, pero su garganta se negaba a emitir sonido alguno. Y, sumida en una angustia compartida por su compañero, terminó por caer en la inconsciencia una vez más.


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SILENCE || Levi Ackerman (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora