|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XIV|

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—Esta vez deberías hacerme caso —aseguró la mujer de anteojos limpiándose el sudor de las manos sobre la camisa

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—Esta vez deberías hacerme caso —aseguró la mujer de anteojos limpiándose el sudor de las manos sobre la camisa.

Estaban a minutos de partir y ya tenían mucho tiempo de retraso.

Trataré.

—¿Lista para soportar al ministro? —Preguntó acercándose a ella una vez que se bajó de un salto de la camilla, y le ayudó a abrocharse el arnés del pecho.

Suspiró y se encogió de hombros.

—Tal vez puedas dejarlo morir en batalla.

¡Hange-san! —Exclamó con una sonrisa.

No le resultaba tan mala idea, pero la inculparían si algo le llegara a suceder al representante del rey.

—¡Era una sugerencia! —Declaró apartándose, pero su mirada no mentía—. Todo saldrá bien, solo trata de no suicidarte a mitad de camino.

Quisiera ir con ustedes —dijo con tristeza—, ahí es donde estará toda la acción.

El Cuerpo de Reconocimiento y las Tropas estacionarias se habían preparado bien durante esas tres semanas y media, siendo tiempo suficiente para improvisar trampas que podrían facilitar la captura de algún titán. Hange, lejos de investigar la suposición del poder en humanos, trabajó en ellas durante los últimos días, entusiasmada de que su sueño se cumpliera. Al formar parte de uno de los mejores escuadrones, Ritter estaría ahí, en medio de la acción, alejado de Geheim. Desde que pasaba la mayor parte del tiempo en compañía del señor Königreich, pareciera que la pelinegra dejó de formar parte de la Legión para convertirse en su escolta personal; esa no era ella, no se sentía bien, pero era la única opción si querían llegar a descubrir las verdaderas intenciones del hombre barbudo.

Hange la miró con pena y posicionó una mano sobre su hombro. Ella sabía que la razón de la pequeña soldado para ir a la batalla no sólo era por la acción, sino porque quería proteger al pelirrojo, y ahora más que nunca debido a su reciente discusión.

Tiró de su coleta de caballo y le sonrió.

—Apuesto que te dará más pelea el ministro que un titán.

La recluta hizo un puchero y desvió la vista hacia la puerta cuando tres golpes las interrumpieron. Levi no esperó a que la cuatro ojos le indicara pasar y giró la perilla cruzando el umbral sin pedir permiso.

—Es hora.

La capitana observó una vez más a la niña frente a ella y las ganas de darle un abrazo le resultaron incontrolables.

—Tienes que tener cuidado —le suplicó apretándola con fuerza.

—Tsk, no va a morir hoy —habló el cabo Levi harto de la escena.

Los tres caminaron a las caballerizas. La soldado estaba nerviosa, pues sería la primera vez que saldría en compañía de Gaul y la emoción le llenaba el pecho. Se acercó al apartado del caballo y le besó el hocico.

SILENCE || Levi Ackerman (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora