|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXVII|

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Las cadenas tintineaban a cada paso

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Las cadenas tintineaban a cada paso. La sangre seca seguía pegada en sus manos y rostro. Ya no había lágrimas recorriendo sus mejillas, y sus pies descalzos estaban lejos de tocar el suelo. Con la cabeza hacia abajo, y siendo cargada por un soldado de quien desconocía el nombre, Geheim Brandt fue llevada a las duchas comunes. Detrás de ellos dos, caminaba el líder de la Legión, acompañado de sus cinco capitanes principales y diez subordinados más, todos formando un círculo a su alrededor, con las armas cargadas y listos ante el más mínimo movimiento con apariencia sospechosa.

El soldado la dejó en el suelo, todos apuntaron en su dirección. Por previas razones, que la recluta tocara el suelo significaba un enorme riesgo para todos.

El hombre se disponía a quitarle la ropa cuando Hange Zoē interfirió.

—Lo hago yo.

El militar frunció el entrecejo y no protestó, se hizo a un lado y junto a los demás se dedicaron a observar la escena sin morbo alguno, porque, ¿cómo podrían sentir algo por ella que no fuera miedo?

La pelinegra no luchó en cubrirse, únicamente apretó las piernas y se estremeció cuando el agua helada cayó sobre su piel desnuda. Levi no pudo evitarlo, recorrió su cuerpo con detenimiento; cuando el gris de sus ojos se encontró con las enormes cicatrices adornando sus blancas y delgadas piernas, sintió curiosidad y algo más crecer en su interior.

Al final, Keith Shadis ya no permitió que Hange se acercara a ella, y el soldado raso fue el encargado de vestirla con la bata larga y blanca, con un olor que casi le hizo vomitar, notándose lo mucho que llevaba guardada.

Las esposas no fueron retiradas en ningún momento, y Geheim Brandt fue guiada a una dirección que desconocía. Esta vez, el soldado más fuerte de la humanidad fue el encargado de llevarla cargando sobre la espalda como si se tratara de un costal de papas.

Bajaron las escaleras sin romper la formación. El pasillo de los calabozos se encontraba iluminado por antorchas parpadeantes ante el andar de los militares, y el olor a suciedad les impregnó la ropa a todos sin excepción alguna. El suelo lleno de mugre ocasionó una sensación de incomodidad a cierto azabache.

El chirrido de la puerta de metal le puso los pelos de punta al capitán Levi. Chasqueó la lengua con molestia y fastidio cuando uno de los soldados decidió tomar la iniciativa por él y arrebatarle la custodia de la joven en un movimiento imprevisto. Hange se abstuvo de un regaño y sólo se dedicó a observar el modo en el que era aventada con brusquedad al interior de la celda.

Geheim Brantd cayó de lado sobre el frío suelo. No salió nada de su boca, se quedó en absoluto silencio mientras su compañero la tomaba de las esposas y la obligaba a ponerse de pie. Le tomó los cabellos oscuros con rudeza para alzarle la cara y la llevó sin ningún inconveniente hasta la esquina del reducido espacio, donde se encontraba una pequeña cama pegada al rincón, con cadenas colgantes del techo. Le aprisionó las manos con el metal y la amordazó para evitar cualquier ataque desprevenido.

SILENCE || Levi Ackerman (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora