|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XL|

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La blanca nieve continuó cayendo sin cesar ni un solo momento, trayendo consigo temperaturas bajas que resultaban alarmantes para toda la población resguardada tras las murallas, junto con el amargo sentimiento de soledad cuando más de uno se vio ...

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La blanca nieve continuó cayendo sin cesar ni un solo momento, trayendo consigo temperaturas bajas que resultaban alarmantes para toda la población resguardada tras las murallas, junto con el amargo sentimiento de soledad cuando más de uno se vio sumido en la oscuridad de sus casas, ocultos de los ojos juzgantes de la naturaleza, rezando por que el día siguiente fuera mucho mejor. Las calles estaban cubiertas por el hielo que las hacía resbalosas, los árboles secos se mecían con el silbido del viento, y las oscuras nubes reclamaban el cielo como suyo.

El panorama parecía demasiado deprimente para cualquier pueblerino, con el frío calándoles hasta los huesos impidiéndoles moverse con normalidad, pero, entre la angustia y el desespero de la humanidad, se encontraba cierta joven oculta tras las paredes de una casa a la que llamó su nueva prisión. Cobijada con una única manta, con los dedos helados y entumidos, se aferraba con todas sus fuerzas al pañuelo con olor a jazmín, mientras en sus ojos aparecía un extraño y nuevo brillo.

Sin ser consciente de lo que ocurría en su misma propiedad, del otro lado del terreno, se encontraba el primer ministro de la corte real, cómodamente sentando en la silla de su oficina, con las llamas de la chimenea calentándole los pies. Tenía las manos cruzadas por encima de su barriga, mientras su asistente se encargaba de masajear sus hombros para liberar la tensión que su señor cargaba ese día en especial.

Aunque todo parecía ir mejor, le era inevitable sentir cierta incomodidad luego de que Samuel Geisblöd hubiera encontrado a uno de sus subordinados merodeando por el pasillo que daba directo a la habitación de la jovencilla de cabellos cortos y alborotados. El rubio se encontraba llevando a cabo el rondín nocturno de todos los días, cuando el soldado Kärde Maddelek, un joven de cabellos castaños de tono claro y ojos avellana, se encontró cara a cara con el ex miembro de la Legión.

Su cuerpo se puso rígido al momento del impacto, e inclusive con la oscuridad de la noche, Samuel logró percibir el tono pálido que adoptó de un momento a otro.

—¿Qué haces tú aquí? No es tu guardia mucho, menos tu sección —demandó una respuesta, elevando el mentón para parecer mucho más autoritario e intimidante.

Tardó solo un poco en reconocerlo. Samuel era el encargado de la guardia del señor ministro, y por esa razón, entre sus obligaciones y tareas estaba el memorizar y supervisar a cada soldado. Kärde Maddelek era el nuevo, recién llegado tres semanas atrás, cuando todavía Rächer Königreich se encontraba en el cuartel de la Legión. Fue asignado para vigilar al enano malhumorado llamado Levi, todo porque en sus expedientes el instructor había recalcado su destreza a la hora del sigilo. Luego de presentar su reporte diario, su siguiente tarea era custodiar la puerta del comedor durante un tiempo, terminando su guardia justo dos horas después de que el sol cayera. Entonces, ¿qué hacía ahí y por qué?

No le quedó de otra más que dejarlo marcharse mientras alegaba el haberse entretenido en una supuesta plática amena con sus compañeros, y que todo lo que deseaba, era marcharse a descansar. Esperó a que su delgaducho cuerpo se marchara por la puerta trasera de la mansión, para ir directo a la oficina del primer ministro antes de comenzar los preparativos para dar caza al capitán Levi.

SILENCE || Levi Ackerman (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora