|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXXVII|

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Pronto la oscuridad de la noche cubrió en su totalidad la ciudad imperial, el viento fresco apagaba las antorchas que servían para iluminar las calles, y en las espesas y grises nubes aparecieron múltiples relámpagos seguidos de truenos que le pon...

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Pronto la oscuridad de la noche cubrió en su totalidad la ciudad imperial, el viento fresco apagaba las antorchas que servían para iluminar las calles, y en las espesas y grises nubes aparecieron múltiples relámpagos seguidos de truenos que le pondrían la piel de gallina a cualquiera. La avenida se encontraba solitaria, ni un solo aldeano se atrevía a abandonar su hogar por miedo a estar rondando cuando la primera tormenta del mes se desatara.

Una imagen triste servía de manto para Mitras, a pesar de eso, Rächer Königreich seguía atizando el sentimiento de fortunio en su interior. Hacía un par de horas que había enviado a su subordinado con el fin de apaciguar a esa chiquilla rebelde. El extraño cosquilleo en su estómago, le causó una indigestión que su asistente tuvo que pagar por igual, sumándole el olor penetrante a pies.

Sudeon mantenía el fuego ardiente para él, mientras el primer ministro se acurrucaba cómodamente sobre su silla, con los pies descalzos y los calcetines sucios a la vista. Para infortunio del primero, el ventanal tras su escritorio se encontraba abierto apenas un par de centímetros, para permitir que el aire corriera, mas no era suficiente.

El hombre de complexión delgada, comenzó a temer morir intoxicado ahí adentro por la bomba andante que era su señor, hasta que tres tenues golpes parecieron ser su salvación.

Alguien llamó a la puerta interrumpiendo el momento de paz. Tras su escritorio refinado, el señor Königreich se apresuró a colocarse los zapatos, y Sudeon se sintió agradecido de ello. Fingió esperar la orden de su señor, cuando en realidad caminó en dirección a la salida y colocó con disimulo la mano sobre la perilla. Cuando el representante del rey movió la cabeza en aprobación, enderezándose en su lugar, Sudeon aguantó un poco más la respiración para después abrir.

Una corriente de aire fresco llenó la estancia, el menor se sintió en el cielo. Por su parte, Samuel Gëisblod evitó demostrar las arcadas que el olor le produjo, e inspiró hondo al igual que Sudeon, antes de verse asfixiado una vez que la puerta fue cerrada de nuevo.

Ajeno a los hechos, el barbudo observó al nuevo invitado con suma atención, entrelazando ambas manos por encima de la mesa, y moviendo el pie con frenesí bajo ésta. Decir que estaba ansioso por los detalles, era poco.

Samuel se acercó hasta él por petición suya, aunque hubiera preferido no hacerlo. La oleada apestosa se hizo más fuerte.

No hizo falta que Rächer Königreich dijera algo, sólo bastó con que elevara una de sus pobladas cejas para que el soldado a su servicio, comenzara a hablar.

—Está hecho, señor —dijo con simpleza, siéndole imposible evitar sonreír al final.

Un ronco sonido fue expulsado del pecho del más grande de los tres presentes, figurando una risa de satisfacción. El de ojos azules reparó en sus uñas aún con resto de sangre bajo ellas, y después desvió la mirada, soltando un suspiro de paz y tranquilidad.

SILENCE || Levi Ackerman (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora