|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXVIII|

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El hombre más fuerte de la humanidad se dejó caer pesadamente sobre su silla oscura

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El hombre más fuerte de la humanidad se dejó caer pesadamente sobre su silla oscura. Se frotó el rostro con desespero y tiró de sus mechones negros hacia abajo como si eso fuera a reducir la extraña sensación latente en su pecho.

Los ojos bonitos y brillantes de Geheim Brandt rondaban su cabeza. No entendía por qué razón le había dicho que volviera con vida para que le regresara su pañuelo, porque, aunque tratara de convencerse, en el fondo sabía que todo iba mucho más allá de la necesidad por enseñarle a limpiar.

Se maldijo una y otra vez mentalmente e incluso en voz alta. Siempre había sido tan torpe con las mujeres, pero no se trataba exactamente de eso, ¿verdad? ¡No! Se negaba a pensar aquello. Sólo estaba cansado de esa situación, de tantas promesas por cumplir, y lo peor de todo era que cada una de ellas lo ataba a la mocosa muda, idiota, sucia, y más amigable que pudiera haber conocido jamás.

Alguien tocó la puerta de su despacho. La silla emitió un chirrido cuando se levantó con rapidez. Cada paso que dio le pareció una eterna agonía. Su corazón latía desbocado a punto de atorarse en su garganta, las manos le sudaron y estaba seguro de que no se debía al ejercicio, mas todo esto terminó cuando la imponente figura apreció detrás de la madera.

Erwin Smith pestañeó repetidas veces sin entender su comportamiento y aspecto extraño.

—Nunca vienes a abrir la puerta cuando te llaman —observó ceñudo.

—Tsk —soltó el hombre de baja estatura apretando las manos en un puño y comenzando a caminar de regreso a su lugar—. Estaba por salir.

—Mmhm —murmuró el rubio cerrando la puerta detrás de él—. Voy a creerte, aun así, lo que tengo que hablar contigo es importante, tu salida tendrá que esperar.

—¿Es sobre la mocosa?, ¿está bien?

Erwin soltó una risa ronca mientras tomaba asiento. Corrió uno de los papeles apilados sobre el escritorio pensando en pasar parte de su trabajo a su amigo para aligerar si carga.

—¿Por qué no habría que estarlo? ¿Sucedió algo durante el entrenamiento? —Levi bufó en respuesta—. De cualquier modo, no se trata de su salud, es sobre ella.

—¿Qué sucede con ella?, ¿decidiste confesarle todo?

—Sabes que no puedo hacer eso, Levi.

El pelinegro asintió sin mucho consentimiento y cruzó los brazos.

—Entonces, ¿de qué se trata esta vez, Erwin?

—Quiero que te mantengas alejado de ella.

Su respuesta tan repentina lo hizo abrir los ojos a tope. Las palabras se atoraron en su garganta.

—¿Qué?

—Mañana en la expedición, no te acerques a Geheim Brandt, es una orden.

Algo en esa idea no le gustó, le dejó una espinita incomoda en el trasero y pecho. Como capitán de uno de los cinco escuadrones principales del Cuerpo de Exploración, era conocedor del plan para descubrir la verdad de la recluta muda. Sabía que tenían que dejarla sola para que todo funcionara, mas eso no significaba que no tuviera permiso para cuidarla en la lejanía por si las deducciones de la cuatro ojos resultaban erróneas.

SILENCE || Levi Ackerman (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora