|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXXIV|

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Una vela estaba encendida sobre la mesa de madera, parpadeando con cada pequeña ráfaga de viento que la joven pelinegra aventaba contra ella con el único propósito de entretenerse

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Una vela estaba encendida sobre la mesa de madera, parpadeando con cada pequeña ráfaga de viento que la joven pelinegra aventaba contra ella con el único propósito de entretenerse. El objeto no era necesario, pues detrás de su silla se encontraba la enorme ventana de esa reducida habitación, dejando pasar, a través de los pulcros vidrios, los cálidos colores del ocaso. Geheim tenía la piel erizada, y la vista perdida en la llama, mientras ésta se reflejaba en sus orbes ahora opacos y cansados.

No había nadie dentro del lugar más que ella, sentada sobre un reducido asiento, con los pies atados a las patas de éste, alejados unos cuantos centímetros del suelo; y las manos esposadas tras el respaldo. La mesa le aprisionaba el pecho. Desde el inicio supo que los guardias lo habían hecho a propósito, y aunque ahora todos sabían la verdad, no se molestó en protestar. El vacío en su pecho aumentaba a cada segundo, cuestionándose, ¿qué hacía ahí? Sólo esa pregunta rondaba su tan enredada mente, nada más que eso. Era imposible que tuviera ánimos para hacerlos pasar un mal rato como venganza a sus malos tratos.

La puerta se abrió con un estruendoso chirrido, dejando entrar el frio viento que lograba colarse por los ventanales del pasillo de la Corte real; detrás de ella apareció el comandante de la Legión de Reconocimiento, junto a la líder del escuadrón de investigaciones, Hange Zoē. El rostro de Keith Shadis estaba cargado de seriedad absoluta, mezclado con furia y decepción. Si la recluta lo hubiera visto con tal semblante, la mujer obsesionada con los titanes estaba segura de que ya no sentiría nada al notarlo, ni siquiera miedo. Geheim ya no era su pequeña soldado, ya no era un soldado siquiera, y había cometido actos que la habían cambiado por completo, dejándola irreconocible ante sus ojos castaños y llenos de curiosidad por todo lo desconocido.

El hombre corrió la primera silla que se encontraba paralela al lugar de Geheim Grunewald, y le lanzó un vistazo rápido a su acompañante para que hiciera lo mismo. Las manos de Hange temblaron al dejar los papeles sobre la mesa, y sus piernas por igual. ¿Tenía miedo? En lo absoluto, mas eso no significaba que dejara de estar alerta. ¿Estaba decepcionada de ella? Mentiría al decir que la no la creía más lista. Su forma de actuar, la tenía desconcertada. ¿Qué habían hecho mal? Probablemente todo, y era demasiado tarde para corregir los errores del pasado.

La pelinegra siguió en la misma posición sin prestarles la más mínima atención, expulsando con rudeza el aire por su nariz respingada, ocasionando que la llama de la vela se moviera.

Keith Shadis carraspeó.

—Grunewald —la llamó con un tono grave. Sólo así, los ojos marrones de la joven se elevaron en su dirección. La respiración se le fue al comandante por unos cuantos segundos, en los que se esforzó en recordar quién tenía el control de quién en ese momento, aunque las circunstancias no estuvieran tanto a su favor.

Hange abrió la carpeta, esperando que el sonido creado por las hojas al ser removidas y darles vuelta, disminuyera la tensión con la que ambos se miraban.

SILENCE || Levi Ackerman (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora