Epílogo [66]

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90 años después

Tokyo, Era Heisei
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El eco de los pasos se hacían más ruidoso acordé se acercaba, el niño no paraba de jadear cansado de tanto correr, pero su perseguidor no parecía tener intenciones de aplacar su paso. Cuando giro hacía un lado, entrando en una segunda sala del museo miro hacía atrás, pensando con esperanza que tal vez había dejado aquel monstruo atrás.

Se había separado de su grupo en la excursión escolar a propósito. Queriendo ver la exhibición de las Tamayo, sin darse cuenta de que había terminado por perderse en el extenso museo de 4 pisos. La noche pronto se cirneo sobre la ciudad, quedando solo y completamente abandonado en aquella siniestra edificación.

Trato de ahogar un grito cuando una oscura y enorme masa negra en forma de ciempiés entraba en la sala donde se escondía. El niño se encogió más tratando de pasar inadvertido por el monstruo. El ciempiés lo había engañado, tenía la cabeza de una mujer con los cabellos lacios y negros como la noche. Lo había llamado desde una esquina oscura y él, desesperado por encontrar un alma que pudiera ayudarlo, corrió hasta ella sin reparar en que no poseia cuerpo. Observó desde el filo del escritorio como el monstruo había subido por la pared hasta el techo de la sala, su cuerpo temblaba y sus ojos se llenaban de lágrimas acordé su miedo se intensifican.

Vamos a jugar, Jueguemos— el demonio comenzó a hablar con una voz infantil, sabía que estaba escondido en algún lugar de la sala, pero no sabía exactamente en dónde. El olor a humano era extenso en el edificio y el tenue aroma de un niño era fácilmente imperceptible. Cansada de esperar a que hiciera sonido, la parte de atrás de su cuerpo comenzó a golpear los objetos de la exhibición. Algunos volaban y chocaban estrepitosamente contra las paredes, rompiéndose en mil pedazos. El pequeño creyó que estaba perdido, y al hipiar el demonio supo dónde estaba— Dime pequeño. No quieres jugar?

Los pequeños orbes ambarinos miraron nuevamente la salida, no sabía dónde se encontraba el monstruo pero con un brillo de esperanza pensó que tal vez llegaría al pasillo si corría con todas su fuerzas. Entro en pánico cuando sintió que el escritorio donde se escondía se elevaba. El demonio estaba encima de él, con un rostro horrorosamente deformado y una boca más grande que la de una serpiente. Su esperanza se esfumo, gritando una última desesperación mientras cerraba sus ojos esperando el golpe.

El grito del monstruo se sintonizo con el suyo y cuando abrió nuevamente los ojos había una mujer entre ellos con un arco de llamas. El ciempiés se echó hacia atrás mientras se brotaba una parte de su cuerpo, había cortado todo su extremo izquierdo y este comenzaba a desaparecer como cenizas. El niño pudo ver en la espalda de la mujer un Kanji que no pudo leer, antes de que el cabello largo y azulado callejera hacía atrás como una fina capa de agua. El demonio atacó y la chica esquivo todo con suma facilidad, dando saltos agraciados a lo ancho de la sala.

—Niño, es mejor que busques correr— le dijo en advertencia, mientras su katana y su alrededor volvía a salir llamas, el pequeño noto que la guarda era parecida al símbolo de su familia. La silueta de un fuego en color bronce. Pensó que tal vez se trataba de algún familiar que había dado con él tras desaparecer, pero por más que su aún joven mente rebobinara no logro recordar a nadie como ella en la reuniones de la casa principal. Al ver que no le hacía caso, Marion miro hacía atras— Que esperas, correr—

Él soltó un sollozo y echo a la carrera, fuera de la sala y nuevamente al pasillo. Escucho un alboroto tras suyo y el aullido del demonio volvió a resonar entre las aulas vacías. Busco otro escondite, en una sala llena de estatuas de cera. Rogó que la mujer que lo había salvado estuviera bien y que viniera a buscarlo si lograba ganarle a aquella bestia.

Hubo silencio por lo menos unas 2 horas, estaba demasiado asustado para salir. Su peor miedo era que no sabía quien había ganado la batalla, entrando en desesperación su instinto lo traiciono y comenzó a llorar en un tono tan alto que cualquier adulto que estuviera cerca se apresuraria a su rescate. Se sobresalto cuando la mujer apareció frente a él como si hubiera descendido del techo. Mirándola más de cerca tenía unos hermosos ojos azules tan claros que creía podía ver el cielo en ellos con las pupilas rasgadas como la de un gato.

—Nunca había oído llorar a alguien con tanta fuerza. Tienes unos buenos pulmones niño— dijo ella bromeando, el pequeño se sonrojo, pensando que tal vez había hecho demasiado escándalo. Su madre siempre le decía que no debía hablar ni acercarse a los extraños, pero había roto la regla y se había encontrado en una situación de vida o muerte. La peliazul extendió su mano, para hacerlo salir del escondite, el bicolor se encogió aún asustado de lo que hubiera a su alrededor— Tranquilo, he acabado con el demonio. Estás a salvó—

Le dedicó una sonrisa y él se quedó mirandola, como si hubiera recordado algo de repente. Su memoria fallo y tuvo la leve sensación de que le comenzaría a doler la cabeza.

Al ver que se tomaba la cabeza en las manos, la peliazul estiró sus brazos para cargar al pequeño. El pareció algo aturdido cuando ella comenzó a dirigirse a la salida. Con lágrimas aún en sus ojos se recostó de su hombro y le rodeo el cuello con los brazos, era una sensación parecida a la tranquilidad que emanaba su madre.

—A dónde vamos?— pregunto mientras hipiaba, se había tranquilizando más pero su garganta aún no se había recuperado del llanto.

—Iremos a la policía. Te acompañaré hasta que llamen a tus padres, deben estar buscándote como locos— soltó una risilla, seguramente pensando en todo el regaño que recibiría por parte de sus progenitores. Al pensar en que ella se iría dejandolo solo en la estación, apretó el uniforme haciendo que la mujer se detuviera para mirarlo— Sucede algo? Te duele algo, te lastimo ese demonio?—

—Neechan, quedate conmigo hasta que lleguen mis papás— ella no pareció muy convencida de hacer lo que decia, y él se apretó más escondiendo su rostro en su hombro—No me dejes solo—

Ella le sonrió resignada. Acariciando su espalda para transmitirle seguridad.

—Esta bien, te acompañaré hasta que tus padres vengan a buscarte— Marion pensó en que era el niño era bastante pequeño, calculandole al menos unos 6-7 años de edad. El particular cabello de los Rengoku era inconfundible, seguramente se trataba de algún bisnieto de Senjuro. La idea solo la hizo entristecer, recordando que ya habían pasado al menos 20 años desde su fallecimiento.  La vida de alguien inmortal era dura y solitaria. Le acaricio los lasios y revuelto cabellos dorados, limpiando una de sus mejillas sucias por el polvo— Mi nombre es Kujo, Kujo Marion. Cuál es el tuyo?—

El niño la miro con las mejillas sonrojadas, agarrándola de la tela de su uniforme.

—Rengoku... Rengoku Toujuro—

 Rengoku Toujuro—

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Fin.

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