XIII

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Diluc conocía las consecuencias de su decisión, si no había otra manera de que Kaeya entendiera que ahora más que nunca lo necesitaba en la bodega independientemente de el rumbo de su relación.

A ese punto, no había mucho que hacer en cuanto a la relación entre ambos. Prácticamente se lidiaban uno al otro porque crecieron juntos y se entendían mejor que nadie, pero ni siquiera eso resultaba ser suficiente para que Kaeya y Diluc llegarán a hacer las pases.

Después de captar la atención del menor sosteniendo en su mano ese misterioso libro rojo, miró por unos segundos a Diluc solo para percatarse que por mucho que quisiera ocultarlo, desprendía miedo. Kaeya pudo verlo aunque sea por un segundo y, pese a tener alcohol en su sistema no le iba a impedir prestar su atención a las palabras del pelirrojo.

Diluc ocultó su mano contraria dentro de su bolsillo, presionando su mano tan fuerte intentando calmarse pues sería la primera vez que tomaba la suficiente fuerza y voluntad para hacer tal cosa. Tomó aire y se dedicó a leer.

No importaba nada, no importaba si la luz del sol comenzaba a entrar por las ventanas de la taberna o que el sonido de los pasos del cantinero comenzarán a sonar en el primer piso. La voz de Diluc resonaba en la mente de Kaeya, llevando a su boca su mano creyendo que su respiración estaba fallando o que el alcohol en su sistema estaba haciendo cosas extrañas en su cuerpo y no era así. Cada palabra que Diluc decía se sentía como un millón de dagas en su cuerpo y corazón. Así fue como la noche pasó en un abrir y cerrar de ojos, para ambos el tiempo se detuvo.

Todas las veces en las que Kaeya culpaba a Diluc de matar a su padre eran incontables y, de cierta manera, era verdad.

Se trataba de lo que el pelirrojo llamaba «segundo pecado». Cada historia escrita de su puño y letra significaba un pecado que no podía ser perdonado por el mismo y tampoco por lo involucrados. El segundo pecado de Diluc fue dejar que ese amable hombre que lo crío como su hijo, haya muerto por su culpa y por la misma espada que cargaba consigo.

El tiempo pasó y Diluc dejó de leer. Cerró el libro y lo dejó en esa mesa separando a ambos esperando un comentario, una queja, un gesto o lo que sea por parte del menor después de escucharlo.

Nada. No hubo nada.

Obtuvo de nuevo esa imagen de cuando eran niños; de cuando Kaeya constantemente pedía de su ayuda con lágrimas en sus ojos provocando querer protegerlo. Kaeya estaba frente a él siendo el Kaeya que conoció y no el que siempre buscaba provocarlo. Ese era justo el Kaeya que extrañó por años.

—Después de eso decidí no decir nada, terminé por cargar con la culpa porque debía ser así. No me importa si me odias más, si decides no hablarme o si quieres matarme. Primero necesito que vayas a la bodega y me dejes continuar.

No hubo respuesta por supuesto. Suspiró aliviado el mayor y metió ese misterioso libro en su chaqueta ocultándolo de la vista de curiosos en Mondstandt. Posteriormente se fue dejando a Kaeya en su lugar.

Siempre supo de la verdad de alguna forma. Una parte de si mismo lo supo y no lo aceptaba hasta escuchar a Diluc. No hay razón para no creerle, pues la idea de el pelirrojo inventado tal cosa sería lo más bajo y el colmo.

Por segunda vez, quiso pedirle al pelirrojo que no se fuera.

redbook ➵ dilucxkaeya (genshin impact)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora