58. Venganza 2

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—Con una cualquiera como tú? —bufó—. Lo dudo.

—Una cualquiera quizá. Pero no soy una mojigata recatada; como otras —sonrió con malicia.

—Eso es lo mejor que se te ocurre? —rió—. Veo que lo que tienes de bonita, te falta de cerebro. Cuando quieras puedes ir al hospital; te conectare con los mejores neurólogos del lugar, aunque no creo que te sirva demasiado, pero de algo a nada...

—Estúpida! No eres más que una simple enfermerucha —se indignó—. No debería estar perdiendo mi valioso tiempo contigo.

—Claro. No te preocupes —contraatacó—. Entiendo que alguien como tú debe tener cosas más importantes que hacer.

—Por supuesto.

—Déjame adivinar —fingió pensar—. Seducir a los novios de otras y pasar el día con un montón de maquillistas, intentando lucir perfecta y no la rata que en realidad eres —a cada nueva frase, la actriz se molestaba más y más.

—Y funciona! —alegó—. Por si no lo crees; la prueba está en tu "ex" novio. Por eso ya no está con una simplona como tú!

—Y como tú —contrario a la actriz, hablaba con tranquilidad—. Porque aunque trates de demostrar lo contrario, sabes muy bien que jamás; escuchaste? Jamás volverá a buscarte y al contrario de eso; él me ha buscado más de una vez... De hecho, ya perdí la cuenta...

Sin duda, no la creía capaz de responderle, como lo estaba haciendo. Esperaba que saliera corriendo tal y como lo había hecho en esa ocasión; frente al teatro, bajo la lluvia. Debía admitir que estaba perdiendo, que esa menuda rubia podía ser una difícil rival, pero ella tampoco se dejaría vencer tan fácilmente. Demostraría que también tenía algunas cartas bajo la manga; aunque estas no fueran ciertas.

—Entonces es por eso que dice estar fastidiado de ti? —fue un golpe bajo, que sin duda causó dolor—. Por tener que seguirte de un lado a otro. Hasta tuvo que dejar Broadway! Lo compadezco. Yo jamás haría algo así...

—Te creo. Tú no abandonarías una oportunidad como esa —suspiro—. Lo triste es que con declaraciones como esta, solo demuestras que eres incapaz de amar a alguien con tal intensidad. Me llamas mojigata, enfermerucha y quien sabe cuántas cosas más; pero lo que no sabes de mí, es lo que me hace ser una mujer valiosa y no alguien con un corazón mezquino; como el tuyo.

—Cállate! —con rabia, abofeteó a la rubia—. Quién te crees que eres, como para hablarme así? Yo soy una dama, una mujer de sociedad; y no una pobretona vulgar. Haré que te echen de aquí! Quién te crees que eres? —se preparó para darle una nueva bofetada; pero una masculina mano la detuvo, interrumpiendo su agresión.

—Ella es Candice White Andrew —sentencio quien intervino—. Mucho más dama que tú y con una influencia tal, que no solo puede hacer que te echen; también puede lograr que te despidan y que en cada compañía que te contraten suceda lo mismo.

En un descuido del guardia, Albert había logrado salir de ahí para ir a buscar a Candy. Era consciente de que quizá no la hallaría, creía que en ese instante ya estaría con el actor; pero contrario a eso, la escena que vio y los gritos que escuchaba, fueron suficiente explicación de lo que estaba ocurriendo, y al ver que esa discusión estaba tornándose más violenta, apresuro el paso, hasta detener aquel segundo golpe.

—Y tú quién eres? —preguntó la actriz, conteniendo su ira

—Soy una persona que es capaz de destruirte por completo —respondió con solemnidad.

—Así que trajiste a tus amigos? —vio a la rubia con desprecio mientras bajaba la mano—. Ya sabía que eras una cobarde, pero no imaginaba cuánto.

Que Sople el VientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora