55. Quizá

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Fue de noche cuando Albert y Archie llegaron a Seattle.

Durante un mes habían trabajado sin parar, a fin de tener un descanso de quince días para disfrutarlos en esa ciudad y convivir con quienes tanto anhelaban volver a ver.

Mientras aún estaban en Chicago, solo intercambiaron un par de cartas con la rubia, y a pesar de haber recibido una tercera, prefirieron postergar la respuesta y en lugar de ello, darle una grata sorpresa.

La residencia Cornwell era el lugar que les esperaba, solo a la servidumbre informaron de su llegada y gracias a ello, un chofer había ido a recibirlos. Esa noche al fin descansaron del largo viaje de casi cuatro días, porque aunque no lo admitieran, lo necesitaban; pues ni siquiera se habían tomado un solo receso, salieron directo de las oficinas a la estación de trenes.

En cuanto llegaron a su destino final, cenaron ligero y cada uno se dirigió a su respectiva recamara donde en vano intentaron dormir ya que ambos se encontraban demasiado emocionados.

Archie trataba de adivinar la reacción de su hermano, esperaba que no se mostrara cortante o distante con él y que al fin le permitiera volver a tener la relación de hermanos que habían dejado mucho tiempo atrás.

Mientras que el rubio solo aspiraba a poder estar en paz y lograr llevar una charla sin rencores con la enfermera y con quien creía que aún era la pareja de esta.

La noche paso demasiado lenta para este par que a final de cuentas logró conciliar el sueño por unas cuantas horas, también el frio era aún mayor que en Chicago, pero nada que no pudieran soportar; y aun así, una vez que tomaron el almuerzo, salieron a dar un paseo por la ciudad.

Sin proponérselo llegaron a la zona céntrica, recorrieron la avenida principal, pasaron frente a un sin número de locales comerciales, cafeterías, restaurantes de toda clase; llegaron a las oficinas municipales y un par de calles adelante, algunos teatros donde una de las marquesinas anunciaba el próximo estreno de una obra protagonizada por Terruce G., enseguida supieron de quien se trataba y a quien creyeron ver a la distancia; pero sin prestarle mayor importancia, siguieron su camino con rumbo al hospital, esperando darle una grata sorpresa a la rubia.

•••

Una sorpresa, sin duda alguna eso era. Candy había iniciado el día creyendo que solo era un jueves cualquiera, sin nada bueno que esperar, aburrida de su rutina diaria y suponiendo que ya a nadie le importaban sus asuntos; por primera vez desde que termino con Terry había planeado un paseo por el parque.

Cuando termino su turno y al contrario de lo pensado aletargaba el momento de su salida. El vestidor de enfermeras había quedado vacío antes de que ella siquiera hubiese comenzado a cambiarse el uniforme. Le resultaba irónico que hasta las LeLudec ya ni siquiera la esperaban; como antes.

A paso lento salió del lugar, por breves segundos la luz del sol cegó su visión, se detuvo un instante para buscar su monedero antes de abordar un transporte, como había planeado; pero alguien aprovechó su distracción para cubrirle los ojos.

—Terry! —sonrió segura de que era él; quién más podría ser?

—Me temo, gatita; que te equivocas —en todo el mundo solo había una persona que la llamaba así; y aunque un poco desilusionada, estaba feliz de saberlo ahí.

—Archie! —gritó entonces, liberándose de sus manos y abrazándose a él.

—Y para mí no hay un abrazo? —dijo Albert, a un lado de ellos, esperando una reacción similar.

—Claro que si —un poco cohibida se aferró a él y sin soltarlo, siguió—. Qué sorpresa! Cuándo llegaron? —trató de no mostrarse afectada.

—Anoche —confirmo el castaño—. El viaje fue largo y cansado; es por eso que hasta hoy hemos venido a buscarte.

Que Sople el VientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora