63. Malas Decisiones

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No había palabras que describieran sus sentimientos. Estaban felices, satisfechos y cansados; pero temblaban de frio, de placer y también se recriminaban en silencio, el haber perdido el control.

Terry tenía la sensación de no poder dar un solo paso, se abrazaba a Candy en busca del poco apoyo que le pudiera dar, y ella a su vez, a pesar de estar sobre la mesa, buscaba lo mismo en él.

—Perdón —la enfermera balbuceó sin fuerza.

—No hay nada que perdonar —estaba seguro de eso—. Es algo que ambos quisimos y, dado el caso, yo soy al que deberías perdonar.

No hubo más palabras. Permanecieron así; abrazándose por al menos diez minutos, o eso fue lo que él creyó. De nuevo había sido algo espontáneo, algo que no había sido preparado, algo inconsciente y a pesar de ello, sublime.

Muy despacio se alejó de ella, bajo la mirada hasta su mano aún apoyada en el blanquecino muslo, deslizo esta hasta encontrarse con la falda y en un movimiento que ella sintió tortuoso, acomodo la prenda. Al regresar la vista al rostro de Candy, se acercó a sus labios donde deposito un beso demasiado casto, después de lo que había sucedido.

La tomó de la cintura y le ayudo a bajar para luego retroceder y permitir que cada uno arreglara sus ropas.

Espero paciente a que su pecosa terminara y cuando ella levanto la vista, le sonrió; ella devolvió el gesto y lo tomo del brazo, recargando la cabeza en su hombro; apagaron las luces y salieron.

—No me importa lo que digan —aseguro la rubia—. Me quedaré contigo esta noche.

—Sería mejor si... —la frase se ahogó tan pronto intento decirla, en realidad la sugerencia le parecía atractiva.

—Sí quieres... —llego una idea a Candy, pero opto por reprimirla; después de todo apenas volvían a comenzar su noviazgo.

—Qué?

—No. Nada.

—Tan pronto tienes secretos que ocultarme?

—No! Es que... de verdad, no es nada relevante —pretendía sonar convincente.

—Dímelo, aunque no sea importante.

—Es que se me ocurrió; si quieres... —el nerviosismo volvió a aparecer—. Si quieres, puedo hablar con Stear o Archie y pedirles que te dejen vivir aquí.

—Suena bien —por un momento lo considero; pronto estaría sin trabajo y dudaba que en esa ciudad alguien quisiera contratarlo después de los chismes que seguramente ya estarían corriendo por ahí—. Pero aún no. Es mejor esperar.

—Sí —decepción disfrazada tiñó su voz—. Por eso creí que...

—Olvídalo. Al menos por ahora —comenzaron a subir la escalera—. Dónde nos quedaremos?

La recamara de la rubia fue su destino y mientras se cambiaban comenzaron a hablar de algunos asuntos pendientes; el trabajo para empezar.

Al escuchar el motivo por el cual su dulce pecosa había sido despedida, estuvo aún más seguro de que debía existir algo que lo relacionara con su propio despido; y a su vez él le comento sus líos laborales.

Cada vez era más y más tarde, pero aquella charla seguía, ahora con la confidencia de la represalia legal que darían.

—Únete a nosotros —le sugirió después de escuchar su teoría—. No podemos permitir que se salgan con la suya.

—Lo pensaré. Pero antes hay que confirmar si de verdad esos dos están confabulando contra nosotros o solo es una coincidencia —la abrazo entre las sabanas.

Que Sople el VientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora