24. Autocompasión

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Terry recapacitaba en la noche tan difícil que paso, casi no había dormido, pensando en lo que pudo ser y no fue. Recordaba como el escuchar unas cuantas palabras, le hizo desbordar su pasión; fue solo un momento, habían sido solo unos pocos besos, besos que comenzaron a hacer efecto en él y después, esa frase que más bien le pareció ser una súplica; fue gracias a esta que casi perdió el control.

Sin saber cómo, se había abalanzado sobre Candy, podía sentir la misma pasión en ella, podía sentir su ardiente piel bajo el delicado camisón, recorría suavemente la silueta de la rubia, sus besos comenzaban a vagar por su cuello, vagando sin rumbo, marcando algún extraño camino en el que gustoso se perdería una y otra vez, hasta la eternidad, acariciando esas piernas con sus fuertes pero cuidadas manos, separándose ligeramente, para observar ese fino cuerpo que sería suyo.

Perdió el aliento con otro beso, liberando sus labios solo para volver a perderlos en la tersura de aquella piel, de esos hombros, de ese pecho, estrechando su propio cuerpo contra el de ella, haciéndole saber el efecto que producía en sí mismo. Sin embargo gracias a ser movimiento, un genuino gemido de dolor; le hizo detenerse, cambiando aquella excitación por confusión, por desprecio propio, creyéndose un oportunista.

—E—estas bien? —la vergüenza tiño su voz, junto con el temor de haberla lesionado y aun así, en aquel momento no obtuvo respuesta.

Recordaba cómo se retiró del frágil cuerpo de la rubia, a través de la obscuridad había observado su rostro descompuesto en una notable mueca de dolor. En seguida él la abrazo con diferentes intenciones, queriendo consolarla y consolarse a sí mismo, con tantos pensamientos aglomerados, solo sabiendo lo obvio; le hizo daño, inconscientemente la había lastimado en más de una forma,..

—Candy... —murmuro a su oído, inseguro de lo que diría, inseguro de sus acciones— tu... yo... debes recuperarte —le dio un beso entre el pómulo y el rudimento de la ceja— te amo...

Despreciable, bajo, ruin, vil, infame, degenerado, depravado; Terry creía que no eran palabras suficientes que describieran sus actos, tal vez no existían o tal vez no quería admitirlas; no tenía cara para enfrentar a la rubia, al menos aun no, lo mejor era huir y tomar valor, antes de que ella despertara.

Esa misma mañana, hundido en un extraño lecho, Albert seguía sin saber a dónde ir, necesitaba encontrarla, pero ya no estaba del todo seguro de sus razones para hacerlo; por una parte, quería recuperarla, amarla, borrar todas las cicatrices de las múltiples heridas que le causo, prometerle que nada parecido se repetiría, prometerle que daría todas sus posesiones y dedicaría su vida entera por verla feliz. Por otro lado, recordaba aquellas amargas palaras que dos días atrás habían llegado a sus manos, luchaba para no creerlas, pero sabía muy bien que eran ciertas, sabía que debía tomar una decisión; abandonar a su familia por ella, hasta reencontrarse a sí mismo y a la nueva Candy, pedirle perdón o seguir su vida, tratando de olvidar, permitiendo que fueran el tiempo y el destino, quienes decidieran su penitencia y la posible oportunidad de volver a ser feliz, aunque no fuese con ella.

Pero no, nunca sería capaz de olvidarla, como olvidar a quien había sido su todo? Su vida misma había sido ella, siempre había estado a su lado, siempre al pendiente, siempre esperando. Como olvidar a esa niña? Esa, a quien un buen día encontró llorando, esa a quien trato de consolar, esa que por algunos momentos, le ayudo a olvidar su propia tristeza. Como olvidar a la tierna muchachita que salvo de una muerte segura? A quien salvo de vivir en un país extraño y en guerra, o la dulce señorita que le visitaba en el zoológico de Londres. Pero sobre todo, a esa dedicada enfermera que cuido de él, arriesgándolo todo; su honor, su nombre, su trabajo. Cómo? Como olvidarla?

No, jamás lo haría; más importante que su posición social, empresas o familia, era ella. La encontraría, así tuviera que buscar por cielo, mar y tierra; la encontraría y volvería a conquistarla, volvería a ser feliz, volvería a ser el de antes, seguiría al frente de su familia, con ella a su lado, llevando la vida que ella quisiera llevar, sin limitaciones, sin restricciones; solo con la única condición de que se mantuviera a su lado.

Que Sople el VientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora