5. Heridas

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—¡Buena noche Tarzán pecoso! —dijo Terry mientras dejaba ver su rostro, para luego con sorpresa retractarse—. Perdón. Pensé que eras Candy. Pero qué bueno es verte aquí...

—¿Eh?... sí... —murmuro el rubio, asombrado y molesto por volverlo a ver, pero sobre todo por las intenciones que parecía tener.

—¿Quién es, Albert? —se escucho esa traviesa voz saliendo de la cocina y al darse cuenta, asombrada gritó—. ¡Terry! —al tiempo que dejaba caer una taza que llevaba en las manos, para cubrirse la boca con estás.

Un silencio fúnebre inundo la escena. Albert estaba seguro de que el actor se había ido de la ciudad y Candy se sentía impotente, mientras que en ese preciso momento presentía que lo sucedido aquélla noche, sólo era el inicio de algo peor. Terry por su parte, sólo sonreía al creer que tanto asombro era por la emoción de volver a verlo.

—¿Puedo pasar? —preguntó entrando sin esperar respuesta y extendiendo el ramo—. Te traje este pequeño detalle...

—¿Qué haces aquí? —preguntó el rubio cerrando la puerta—. ¿Cómo supiste la dirección?

—¿Eh?... bueno... —dudó—. Como explicarlo...

—¡Candy te lo dijo! —afirmó, mientras ella, ofendida, abría los ojos ante esas palabras.

—La verdad... —comenzaba a contestar, dejando el ramo sobre la mesa, notando los platos y agregando—. ¿Van a cenar? ¡qué bien! ¿puedo acompañarlos? —nadie contesto; pero aun así, se sentó frente a uno de estos—. Estoy hambriento...

Por instinto la ojiverde busco una respuesta en Albert, quien sin dejar de mostrar su molestia, se acerco para ayudarla con la taza hecha añicos, mientras ella buscaba los trastos faltantes.

Ya en la mesa, al servir el café, Terry pudo notar las iníciales en esos tazones y curioso por su descubrimiento quiso indagar.

—Creo que ustedes se llevan muy bien —se burlo y señalando las letras, agregó—. Creo que conseguiré una como esas...

—Son especiales —comento Candy, rompiendo el silencio y orgullosa por haberlas elegido para esa noche.

—Por tu tono parecería que lo dices como si ustedes fueran más que amigos —los rubios lo miraban asombrados por la torpeza e incredulidad que parecía creer su amigo—. Pero bueno, para quienes los conocemos; sabemos que no es así.

—¿Y si fuera así, qué? —musito Albert.

—Bueno, es obvio. Eres su padre; por eso siempre has cuidado de ella —al empresario está respuesta le cayó como un balde de agua fría, aún así seguía escuchando tratando de controlarse—. Sí; Albert. Y te lo agradezco demasiado, pero descuida, ahora no tendrás que preocuparte tanto; por eso estoy aquí.

—¡Qué! —casi gritó la chica.

—Sí. Bueno, como deben saber; Susana... —comenzaba a explicarles algo incómodo—. Bueno; después de lo que paso, decidí dejar pasar un tiempo y aprovechando las funciones aquí y el receso de la temporada... la verdad, quisiera...

Los rubios lo miraban incrédulos, mientras pensaban en como era posible que se atreviera a hacer eso, por qué, por qué así, por qué ahora, por qué a ellos. Tantas eran las dudas, que estas terminaron de transformar a Albert de alguien sorprendido, en alguien que a cualquier precio defiende lo que es suyo.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Albert, ya molesto.

—Sí —afirmó el moreno, con más confianza y dirigiéndose a Candy—. Vine a tratar de recuperarte.

Que Sople el VientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora