61. Una Última Oportunidad

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Lemon

Kate sonrió cuando se enteró de la fecha límite en que Terry tendría que abandonar la compañía, ella misma se encargaría de divulgar rumores en contra de él y que se esparcieran por todos los teatros de la ciudad, haciendo una falsa afirmación de la razón por la cual abandono Broadway. El éxito de Pet en su contienda de arruinar la vida de la rubia, era otra razón para estar feliz. Pero no se detendría, al menos no, hasta lograr la ruina de ese par y que se vieran obligados a regresar arrastrándose, harapientos y hambrientos, para suplicarles un poco de piedad.

Aunque estaba más que equivocada y sin saberlo subestimaba a sus adversarios; esos que tarde o temprano emergerían con el único fin de contraatacar y vencer.

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Esa noche Terry llego puntual, con cigarrillo en mano esperaba recargado en un farol. A esa hora escasos automóviles pasaban por ahí, al igual que pocas personas recorrían esas calles. Candy no tardo demasiado en salir junto a su compañera y nueva amiga, y caminaron hasta el sitio indicado.

—El tipo de la tarde está aquí —advirtió Kenya, a pocos metros de llegar—. Seguro nos hará algo.

—Keny! Claro que no! —la tomó del brazo.

—Es mejor irnos por otro lado.

—Vamos —contrarios a sus deseos, la jaló—. Te lo presentaré.

—Creí que nunca saldrías —fue como el muchacho las recibió—. Estaba comenzando a impacientarme.

—Keny; él es Terry —la aludida no entendía, pero estiró la mano.

—Terruce Grandchester —se presentó el mismo—. Encantado de conocerte.

—Aha.

—Bueno. Vámonos —pidió la rubia tomando una vez más a su amiga del brazo.

—De donde se conocen? —tenía curiosidad.

—Esa es una larga, muy larga historia —sonrió la ojiverde—. Verdad?

—Me temó que sí.

—Keny tomara el tranvía y después yo tomare mi transporte.

—Vives muy lejos? —preguntó el actor con intención de hacerle conversación.

—No. Pero debido a la hora es complicado encontrar transporte.

—Imagino que alguien te espera al llegar a tu parada.

—Sí; mi hermano Greg. Desde ahí todavía tenemos que caminar veinte minutos; pero es una zona muy tranquila.

—Me da gusto.

—Ustedes son novios o algo así? —la rubia se puso nerviosa; no supo que decir.

—Lo somos —afirmó el moreno, con tranquilidad.

—Eso explica la escenita del medio día —el trio se detuvo al llegar a la parada.

—Qué vergüenza! —jugueteo la ojiverde, sonrojándose a más no poder

—Sí —siguió el juego la morena—. Daban pena ajena. Pero por suerte aún no había demasiada gente, o todos se abrían burlado de ustedes.

—Tanto así! —con gracia exclamó el actor.

—Sí. Tanto así —a la distancia escucho el sonido del transporte—. Por qué no viniste ayer por ella?

—No sabía que trabajaba aquí.

—Y supongo que ahora vendrás más seguido.

—Ese es mi plan. Venir a diario.

—Que bien; porque un par de chicas lindas, como nosotras, necesita protección a esta hora. Así que te estaré esperando todos los días.

Que Sople el VientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora