47. ALEXIA

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Dentro del edificio ya no queda nada. Solo hay trastos inútiles. Necesitaremos material médico, pero es probable que esté asaltado. Kristine me guió hacia la enfermería una vez, con esa brillante sonrisa y cómo yo me cuestionaba si no le dolía la cara de tanto reír. Lo cierto es que ella cuando me preguntó por Careg yo no fui nada amable con ella, pero sé que no se merecía morir de esa forma.

Ella solo quería que Careg estuviese conmigo, con la persona que él quería. Al final el destino no nos tenía preparado nada bueno entre nosotros. Me trajo a Julian y lo puso frente a mi fusil. Me pregunto muchas veces qué sería de mí si le hubiese pegado ese tiro a Julian. Porque he hecho muchas locuras. He robado en cuarteles, en Ciudadelas, he matado a guardias y soldados, pero la mayor locura que he hecho ha sido enamorarme de uno de ellos. No me culpo por ello, tampoco me arrepiento por Julian. Ni siquiera lo estuve buscando, solo fue asó. Probablemente si hubiese sabido el plan de Julian desde el primer momento, le habría matado antes de que pudiera conocerle más. Le habría pegado un tiro sin dudarlo, para evitar todos estos muertos, antes de quererle. O qué hubiese sido de mí si le hubiese matado cuando salió de aquella roca... Nunca encontraré la respuesta.

Julian me ayuda a encontrar cualquier cosa que nos resulte útil. Han asaltado todo esto desde que empezó la plaga y no puedo culpar a nadie. Quedan cosas útiles. Quizá pensaron que la plaga podía pasarse con cualquier antibiótico o antivírico, las vacunas están saqueadas, incluso las que no tienen nada que ver con la plaga. Pero ninguna de esas vale, porque ninguna tiene lo que Dalton nos dio. Aquí no hay nada. Tiro las cajas de gasas vacías en el centro de la sala. Todo está vacío, es inútil.

—No tendríamos que estar aquí, sabíamos que no iba a haber nada—me dice Julian.

—Rider ha venido por otro tema, yo solo aprovecho el tiempo—tiro otra caja más al centro. Se acumulan nueve vacías.

—Deberíamos irnos de Roma—vuelve Julian con el tema—. Sé que aquí tú crees que estás haciendo justicia, pero yo solo he visto que participas en esto ensuciándote las manos. No quiero estar en Roma, estando a salvo, mientras todos se pudren por dentro—agacha un poco la cabeza. Me quedo a su lado—. Me dijiste que querías recuperar a Pete para irte de aquí. Hagámoslo. Vámonos a Berlín. Vamos a por tu hermano.

Le miro a los ojos. Sé que es una súplica y que odia todo esto, porque ahora Julian puede estallar por cualquier mínimo roce. Él sigue siendo el mismo, pero esta vez está lleno de dolor. Si me largo, implica que dejaré la guerra que tanto daño me ha hecho para poder pasar una vida entera y plena, mejor, con Julian a mi lado. Sin embargo me quedo en silencio. Y el silencio es una guerra es la peor de las respuestas.

—Julian, sé que... Que soy un monstruo.

—No, salvaste a la chica, de algún modo, pero debería haberlo hecho yo.

—¿Qué cambia?

—Que me enseñaron a pasar por ello—dice él, mientras tira la décima caja al centro de la caja. Julian se sienta en el suelo y mira hacia el techo, evitando mi mirada—. En el Ejército me enseñaron a lidiar con fusilamientos o castigos de esta forma. Era cosa mía.

—No quería que cargases con eso—es lo único que puedo decirle—. Me pidió una muerte en paz. Eso es lo que le di. No te miento. Quiero ir a buscar a Pete, pero sé que sacar a Pete del lado de Dalton no hará que Dalton se detenga—Julian me mira, pero no dice nada—. Mi hermano es un genocida.

—Tengo a un culpable de esto en mi propia casa—es lo que dice él y puedo notar el cabreo cuando lo dice—. Mi cuñado es un puto genocida y no sé cómo voy a gestionar todo esto. ¡No lo sé! Porque no quiero ver a mi novia hundiéndose en esta mierda por culpa de...—pongo mis manos sobre sus mejillas.

La Marca del Ejército (#LMDLR2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora