Después de cinco días, casi seis, a la deriva por el Mediterráneo con una brújula como única guía, logramos desembarcar en Túnez. Nuestro barco era una mera patera compartida que tomamos prestada en Lido, una ciudad cerca de Roma, cuyo puerto es importante, aunque no tanto como el de Nápoles. La marea no ha estado a nuestro favor, el mar de fondo era demasiado fuerte y hemos estado a punto de morir en más de cinco ocasiones. Si pienso en que Pete tuvo que haber pasado por algo similar a esto para llegar a las costas de Irlanda, se me parte el corazón. Aunque intento convencerme de que eso fue lo mejor para él.
No ha sido una experiencia agradable. Tanto tiempo en alta mar hace que cuando piso tierra, esta siga dándome vueltas como si estuviese en un barco.
Rider se ha pasado vomitando gran parte de la travesía, aunque le entiendo porque yo estaba igual que él casi, curándose el ojo con lo que tuviera a mano. He visto a escondidas cómo se cura, es demasiado tozudo con eso de que nadie le mire las heridas. Las costuras son más extensas de lo que me imaginaba, y también son toscas. Ha sido una cura demasiado brutal como para tener un mínimo de cuidado. A Rider lo que le importa es que se cierre lo antes posible, no que quede estético, él no quiere infecciones en la misma cabeza. No bromeaba con aquello de que no recomendaba a nadie que viese la cicatriz, porque es horrible. No quiero mirarle con pena, porque podría cabrearse mucho conmigo si intento consolarle de alguna forma. Se aplica unas cremas cicatrizantes y más cosas curativas que robó en el puerto antes de embarcar. Después de la crema, se pone una gasa y se pone otra vez la tela y el cuero que tapan la herida.
Julian dormía lo que podía, más por no fiarse de Rider, aunque también vomitó unas cuantas veces. Se miraba las manos y miraba el vacío del meñique. Julian se piensa que yo no me doy cuenta de cuando se lo mira, pero lo cierto es que tengo demasiado ojo con esto. Sé lo que pensaba, pero no lo decía y yo no lo presionaría: el piano sería un reto. Eso era lo único que le importaba a Julian, el piano era su pasión y ahora no sabía si podía volver a intentarlo. Evitaba hablar con Rider y apenas comentaban nada el uno con el otro.
Yo me encargaba de los mapas y del rumbo en general, sentada en una silla que a la larga hacía daño, pero todavía es demasiado temprano como para ponerme de pie y aguantar por horas. Tengo un bastón de madera que robamos del puerto de Lido, pero no vale de nada todavía, porque sigo demasiado débil como para poder caminar casi sin problemas.
Ver la costa de Túnez hizo que mi corazón diera un respingo en mi pecho. Hay cosas que no recuerdo que hubiera en ese entonces, pero la lonja sin duda no había cambiado en lo más mínimo. La recuerdo así, con las personas que se preparaban antes de que el sol saliera por el este, como si no hubiera ninguna guerra. Los hombres gritando que se dieran prisa mientras las mujeres preparaban la mesa para los mejores postores, en general el Ejército. Una pequeña parte de la lonja se ha convertido en una subasta de armas para quien las quiera, pero por lo demás, es la locura que recuerdo. Las emociones me recorren, el miedo, y la ilusión por volver a mi hogar.
Al llegar al muelle, atamos el barco y ayudo a bajar a nuestros acompañantes extras: una mujer embarazada y a su primer hijo de cuatro años. Me contó que su marido falleció en el derrumbe de los edificios en los bombardeos de Roma y que ahora solo quería irse a un sitio más tranquilo por el bien del crío y del que está por venir. Los hombres del puerto no parecen muy contentos con eso de acogernos, pero solo es hablar en árabe para que se lo piensen dos veces. Les ofrecimos la barca, aunque era un auténtico desastre.
Rider se queda con una cara bastante graciosa al escucharme en ese idioma, lo cual era mejor que verlo con esa cara llena de odio por Julian. Él por ejemplo apenas la cambia y la mujer simplemente nos da las gracias. Le ofrecen ayuda y hogar seguro, al menos hasta que dé a luz. Yo les doy el barco a los marineros que han ofrecido un hogar a la mujer, y ellos me dan las gracias después de reconocerme totalmente. Ahora no hay nadie que no pueda olvidar mi cara. La cara del millón y medio.
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La Marca del Ejército (#LMDLR2)
Science FictionSEGUNDA PARTE DE LA MUERTE DE LA REVOLUCIÓN. ¿Qué estarías dispuesto a sacrificar por lo que más deseas? Tras la ida al Imperio, Alexia cree encontrar las soluciones a sus problemas al encontrarse con sus hermanos, los cuales viven a salvo en el I...