Camino al lado de Astrid. Ella me lleva hasta una sala en la que solo hay una pantalla. Parece que en Túnez le han cedido un despacho. Al lado del ordenador hay un maletín cerrado con clave. Estamos las dos solas en este lugar. Astrid cierra la puerta con seguro para que nadie pueda entrar. Me mira y después baja su vista hasta el maletín sobre la mesa. Se acerca hasta la pantalla. Yo también miro el maletín, negro.
—¿Qué hay ahí dentro? —pregunto.
Astrid mira hacia la pantalla, donde veo que intenta establecer una conexión segura con Dalton.
—Una inyección—es lo que me contesta Astrid. Eso no me da buena espina. Ella deja los comandos de lado por un momento. Me mira y entonces vuelve a hablar—. Oye, puede que no me creas, pero realmente... Siento mucho lo del Parlamento. Siento mucho que te hicieran pasar por eso. Te conozco. Nadie se merece vivir lo que te hicieron—y aunque parezca mentira, realmente esas disculpas sonaban sinceras. Ella habla mientras empieza a bloquear señales—. Me sabe mal por Julian, imagino lo mal que debe de haberlo pasado. No he visto ni a Julian ni a Rider, pero me han asegurado que están jodidos. Supongo que no es el mejor momento para nadie. Solo quiero que algún día seáis capaces de olvidar el dolor—le sonrío un poco. Pero la verdad es que hay tantas cosas encima que no sabría qué decir—. Hemos matado al presidente del Imperio.
—¿Estáis dando un golpe de estado?
—No. Yo no he dado esa orden—asegura Astrid. Sin embargo, provocar inestabilidad en el Imperio le daría ventajas. Ella es la que se encargaba de su grupo en Roma. Confiarían en alguien que dominaba en el caos. Eso elevaría a Astrid. Dalton también le asegura un puesto alto. Es republicano y su hermana es la joya de la Revolución. No ha dado esa orden, está claro, pero tampoco le ha venido mal—. Se ha decretado el Estado de Alarma, así que ahora mismo en el Imperio la gente tiene mucho miedo. Tengo aliados valiosos, algunos cargos del Ejército de los Estados Unidos, incluso algunos cargos de Rusia que nos ha recompensado por haber asesinado a ese hombre. La muerte no debería ser fácil. Sin embargo, aquí estamos, queriendo matar a la gobernadora de este país—me quedo mirando a Astrid. Tiene poder, es cierto, pero no lo tiene en el Sur—. Solo tiene que donar las tierras.
—¿Qué?
—Entiendo que Charline no es fácil para negociar—sigue diciendo ella—. Este país tiene mucho orgullo. Ella está orgullosa de la República y no es una tonta. Las cosas se están poniendo duras. Y necesito que esa mujer ceda y se doblegue. Por eso mandamos aquella bomba infecciosa a Roma, la que cayó al Tíber y envenenó todo—se me cruzan los cables cuando Astrid dice eso—. Si cede las tierras de la República al Imperio, a los liberales, esto se acabará. Mientras tanto, será culpa suya si siguen muriendo o no. ¿Eso era lo que queríais saber?
La boca se me abre de golpe. Es cierto. Los liberales son los culpables de que la plaga esté en Roma, solo a cambio de unas malditas tierras.
Contengo la furia. No sé de qué va todo esto, pero no voy a seguir luchando para estos monstruos. No puedo permitir que se mate a gente con este fin. Miles de muertos por unas tierras que al final no valen nada, a manos de liberales, los que afirman ser el futuro de Europa.
No sé qué clase de futuro es ese donde infectan a un montón de personas para conseguir sus propósitos. Astrid abre la caja y me enseña una inyección con un líquido azulado en su interior.
—Esta es la cura. Te convierte en inmune ante la plaga—me dice ella, como si no me viese la cara de cabreo que tengo ahora mismo—. No esperaba que entendieras en qué momento estamos, pero esa plaga no estaba prevista para ser así. Solo queríamos asustar a la gente, hacer daño, pero no una masacre.
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La Marca del Ejército (#LMDLR2)
Ciencia FicciónSEGUNDA PARTE DE LA MUERTE DE LA REVOLUCIÓN. ¿Qué estarías dispuesto a sacrificar por lo que más deseas? Tras la ida al Imperio, Alexia cree encontrar las soluciones a sus problemas al encontrarse con sus hermanos, los cuales viven a salvo en el I...