41. ALEXIA

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Hay tantos túneles en Roma que la cuarentena no está instalada en todos ellos.

Nos adentramos en Roma sin que nos detecten. Tampoco es que deba de haber mucha gente deseando entrar en la ciudad. Tardamos una hora andando entre túneles de la ciudad. Cuando llegamos a la superficie en pleno centro, me encuentro con un paisaje macabro y tétrico que asusta demasiado. Las luces de la ciudad por la noche son todavía peores de lo que me iba a imaginar.

Veo a gente corriendo de un lado para otro, gente muriéndose entre gritos de dolor y llantos. Ni un minuto en Roma y ya sé que no va a ser nada fácil. La gente corre de un lado para otro llevando mascarillas y con medicinas. Algunos comen algo en la calle, rendidos ante la plaga que asedia Roma. Las cajas de calmantes están en todas partes, porque es el mejor modo para dar una muerte tranquila. Hay gritos de fondo. Algunos bajos están abiertos para los enfermos, pero los que atienden están totalmente cubiertos y son pocos los valientes.

Nosotros permanecemos unidos mientras algunos a nuestro alrededor nos miran como si fuésemos un tesoro. Me reconocen por el rostro, fui el tesoro por el dinero que daban por mi cabeza.

La vía del Corso, la que antaño fue la calle más importante de la ciudad de Roma, donde antes estaban las tiendas y el comercio era vivo, ahora está llena de gente que muere en sus aceras. Llena de cadáveres en las esquinas, acumulados. Los vehículos que hay allí son de carga, y no están ahí precisamente para cargar materiales o por las patrullas. Son vehículos del Ejército, pero no están aquí para asediar Roma. No. Están aquí para retirar los cuerpos. Son soldados, sí, totalmente protegidos con trajes especiales, que cargan cuerpos. Algunos cargan y se los llevan a los campos de las afueras donde se roza el control de la cuarentena.

Todos andamos poco a poco sin saber exactamente a dónde. Solo sé que estamos yendo al Norte. Roxan amenaza a todo aquel que se le acerque con una pistola, temblando cada vez que lo hace. Y la gente no se asusta. Solo se la quedan mirando como si realmente eso no fuese nada. Como si ver a una chica que está en un brote de pánico fuese lo de menos.

Julian lo está mirando todo con horror y como deseando que esto solo fuese una pesadilla. Analiza todo lo que nos rodea, los cuerpos, la sangre del suelo, al Ejército colaborando con los civiles para retirar los cuerpos. Después él me mira y nos quedamos un par de segundos haciéndolo. Si me concentro en él esto será menos horrible. Julian le pide a Roxan que baje el arma. Yo miro a Astrid.

Ella permanece distante, sin querer mirar nada. Sabe que esto es culpa suya, aunque se repita en que los médicos y químicos tienen la culpa. Pero lo que más me duele es la frialdad con la que mira esto como si nada. Podrían dar la cura, pero claro, ¿qué van a pensar los del gobierno de la República si se echan atrás? Hasta esto han estado dispuestos a llegar solo por su objetivo. Son terroristas. Menuda excusa de mierda tiene ella.

Me fijo que entre el caos, los pocos soldados que hay atienden a los ciudadanos con máscaras de gas y nos ignoran porque ya no hay una orden de detención para mí. Solo se nos quedan mirando como si estuviésemos locos. Todos nos miran por curiosidad, y más curiosidad sobre por qué no nos cubrimos la nariz. Es como si no temiéramos esto.

Jena solo prende un cigarro y Rider le pide uno, a lo que Careg pone mala cara. Sin embargo, todos estamos algo estáticos. Si Careg se va a cabrear porque su hermano está fumando en esta situación, no sé qué clase de prioridades tiene.

Rider entonces se acerca a nosotros: Julian, Astrid y a mí.

—Estamos en el centro de la ciudad, yendo hacia el norte. Se nos hace tarde. Y que yo sepa, el Coliseo no está por ahí—es lo que Rider nos dice—. ¿El plan es ir a la plaza del Pueblo a acampar al lado de gente que se está deshaciendo por dentro? —lo dice mientras expulsa el humo—. Porque no es una fantasía eso de dormir al lado de cadáveres putrefactos.

La Marca del Ejército (#LMDLR2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora