Regreso a la habitación de los padres de Julian sin poder creer lo que me acaba de decir Astrid. Me ha pedido que no diga nada a nadie, ni siquiera a Dalton, que podría ser insoportable si se enterase de que Astrid está en Roma embarazada. No puedo abrir la boca sin quedarme congelada sin saber qué hacer, ni qué decir. Solo mi mente está procesando todo eso que Astrid acababa de decir. Algo que podía volverme loca.
El agua corriente es caliente, es algo que se agradece. Mientras me ducho no puedo parar de pensar en el todo lo que me ha dicho Astrid. No pienso en que esto la vaya a matar, solo pienso en Dalton, en que ni siquiera lo sabe todavía.
Hoy me ducho sin ayuda de Julian y es tentador hacer lo que me pide que no haga. Caminar por una Roma tan llena de muerte hace que quieras limpiarte todo lo malo. Mi rodilla ya está curada del todo, solo queda esa piel rosada sensible que indica que todo lo malo ya ha pasado, pero dejando huella a su paso.
Mi espalda está curada, aunque no siento demasiado porque he perdido sensibilidad por todas las marcas que hay en ella. Llena de marcas, un mapa en mi espalda. Quizá si me hubiesen tratado como a Julian o solo me lo hubiesen cosido bien no tendría esto como lo tengo ahora. Quizá serían como las de Julian, que apenas se notan. Pero de nada me vale pensar en esto porque no hará que se borre.
Entonces lo hago. Me miro la espalda a través del espejo y me veo todo lo que hay. Marcas blancas y otras rojas que cubren casi el total de mi espalda. Mi espalda está horrible. Me llevo la mano a la boca y me dan ganas de llorar. Era mejor vivir en la inocencia pero nunca debemos vivir siempre en ella. Me han jodido de verdad.
Me pongo las ropas que he traído después de secar mi cuerpo. Me permito el lujo de dormir en pijama y unos pantalones sueltos de chándal porque literalmente puedo permitírmelo por una vez en mi vida. Tengo una pequeña marca en la frente por aquel cabezazo que le di al soldado. Ya apenas hay restos de los morados que tenía.
Estoy agotada.
Cuando salgo del baño, Julian me mira estirado en la cama mientras lee algo en la tableta de cristal. Noticias de Roma, para variar, para saber cómo de mal estamos. Pongo una toalla en la almohada y me siento en la cama.
—¿Qué pasa? —pienso en Astrid. Me quedo en silencio—. ¿Te ha molestado alguien?
—Me... Me he visto las marcas—Julian deja de lado la tableta y se sienta en la cama—. Tenías razón... No debería haberlo visto... Pero eso es algo que tarde o temprano debía hacer.
—Lo siento mucho... Sabía que llegaría el momento. Solo quería que esperases a tener eso más... Curado—me dice Julian, se acerca a mí—. Ven conmigo, duerme lo que puedas.
Me quedo dormida. Y esta es la tercera vez que me pasa.
El Parlamento es el lugar donde mi mente decide torturarme, justo en el porche de las escaleras blancas con sus rampas que conducen a ese obelisco egipcio. Estoy desnuda del torso, tal y como la última vez. No recreo el mismo dolor de los latigazos en mi mente pero los golpes sí. Uno tras otro, sin parar, sin desmayos.
Aquí todo es peor que la realidad. La diferencia de la realidad es que me humilla el público, lo que Charline quería para mí. Me insultan y lo único que escucho es la voz de mi padre. Y delante de mi cara puedo ver cómo Charline es la que se ríe y Julian la rodea entre sus brazos, besando su cabeza, abrazándola del mismo modo que hace conmigo, cómodo con ella. Todo eso me duele.
Me lanza una mirada antes de cogerla por el rostro y besarla. Veo cómo ella deja que él ponga sus labios sobre los de ella y lo bien que lo recibe. No paran y siento cómo mi corazón se rompe en mil pedazos. Cuando se separan, de la boca de Julian sale la voz de mi padre, riéndose, insultándome. Y tras ese horror, Pete aparece, huyendo de un hombre.
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La Marca del Ejército (#LMDLR2)
Ciencia FicciónSEGUNDA PARTE DE LA MUERTE DE LA REVOLUCIÓN. ¿Qué estarías dispuesto a sacrificar por lo que más deseas? Tras la ida al Imperio, Alexia cree encontrar las soluciones a sus problemas al encontrarse con sus hermanos, los cuales viven a salvo en el I...