Hemos cruzado la frontera más problemática del mundo. Al menos eso insinúan en todas partes. Dicen que es la frontera más peligrosa del mundo. Ese muro está lleno de pinturas por este lado. Desde el lado de la República, no tiene nada. Es arriesgarte a morir. En el Sur, cruzar el río Rin o el Danubio, es cuestión de traición y te matarían al momento. Las pocas pinturas que veo parecen estar relacionadas con la libertad, como una protesta contra la República. Eso tendría más sentido que estuviese en el lado republicano, pero ¿por qué iban a pedir libertad y protestarían contra la República en el Imperio?
¿No están conformes ya con su vida?
Alexia se queda a mi lado, más tranquila.
—¿Por qué piden libertad? —pregunto, frunciendo el ceño—. Al Norte lo último que debería importarle es el Sur—Astrid se ríe un poco.
—No, eso es cierto, pero eso no quiere decir que a la gente no le importe—me dice ella, con más calma—. En el Imperio existe la libertad de expresión. Es legal decir que lo del Sur está mal. Está bien criticar públicamente que el gobierno no se meta en la guerra para mediar entre los dos bandos. Puedes decir lo que quieras, siempre que no suponga una amenaza pública—el acelerón del tren es cada vez mayor y la frontera pronto desaparecería en el horizonte—. El Imperio tiene un buen lavado de cara.
—¿Y por qué a la gente le importa lo que pasa en el Sur? —pregunta Alexia.
—Porque en el Imperio no todos son egoístas—le dice Astrid—. Muchos aquí... No viven bien. Poner protestas contra la República es una misma crítica hacia el gobierno imperial. Hasta qué punto van a llegar, ignorando las peticiones ciudadanas—siento que Astrid es mucho más amable con Alexia que conmigo.
Una cosa está clara: la quiere a su favor.
No sé si eso es bueno o malo.
—He puesto velocidad de crucero. Llegaremos a Ámsterdam en hora y pico—termina diciendo Astrid—. Disfrutad del sol, ya lo tendremos siempre.
—¿Qué crítica podrían recibir de sus ciudadanos en el Norte? No hay nada de lo que quejarse aquí—Astrid mira a Alexia, que ha atacado. Ha entrado en un tema que no se nos recomienda entrar, una herida que Astrid no suele abrir—. En el Sur nos morimos.
—Para gente como tú esto es el paraíso—Astrid no ataca—. Esto es el cielo si lo comparas con el régimen de Courtois. Para empezar, aquí nadie te quiere muerta—no me gusta que nos diga esto.
No me gusta que Astrid insinúe que en el Imperio no hay una buena vida, cuando ve que venimos del mismísimo infierno. No me gusta que le recuerde a Alexia que del otro lado del muro la quieren muerta.
Por el camino podemos ver distintos carteles publicitarios y esas cosas, a medida que nos acercamos a ciudades o pueblos. Las pancartas tienen en algunos puntos propaganda liberal, a juzgar por el símbolo. No entiendo nada porque el inglés no es que sea mi fuerte. A la República lo último que le interesa es que sus soldados se comprendan con los del Norte.
—¿Eso es política? —pregunto. Astrid mira hacia los carteles y asiente—. ¿Por qué se anuncian como los demás productos que hemos visto?
—El año que viene son las elecciones—me comenta, con algo de desgana—. Tocan en febrero, si todo va bien. Quedan meses, bastantes, pero la campaña electoral del Imperio es un espectáculo que puede durar medio año previo—Alexia la escucha con atención—. Unos prometen unas cosas, otros otras—la miro con curiosidad.
—Elecciones—repito. Ella bebe agua.
Aunque mira a los controles y está atenta a lo que tenemos por delante, ella habla.
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La Marca del Ejército (#LMDLR2)
FantascienzaSEGUNDA PARTE DE LA MUERTE DE LA REVOLUCIÓN. ¿Qué estarías dispuesto a sacrificar por lo que más deseas? Tras la ida al Imperio, Alexia cree encontrar las soluciones a sus problemas al encontrarse con sus hermanos, los cuales viven a salvo en el I...