CAPÍTULO 2

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~CONOCERTE, SIN DARNOS CUENTA EMPEZAMOS A CREAR

UN NOSOTROS DESDE EL PRIMER MOMENTO~


James Lebedev

La noche es helada. Un clima gélido en la habitación de la Clínica Central recordándome mi tiempo en Rusia. En peores situaciones he estado, pero me he levantado con ayuda de mi padre para ir al baño. Vuelvo a ser un niño que necesitaba de ellos y eso es estrepitoso. Tengo treinta años, tengo mi propia farmacéutica multinacional, mi propia bodeguera, mi imperio hotelero y no puedo pararme sin ayuda.

Esto es una mierda.

Aunque mi consciencia sabe por qué sigo aquí. Soportar un yeso por unos pocos meses más. Trabajar desde casa y dejar el control a Víktor. Él es el vicepresidente de nuestra farmacéutica. Ambos hicimos surgir la empresa a pesar de que cada quién tiene sus propios negocios.

Mis padres fueron a su mansión a unas horas de este hospital. Vinieron de Rusia con mi hermana ni bien se enteraron de mi accidente; esperaba que volvieran porque mi madre me tendría saturado con sus atenciones. Y Amanda, la que tenía que cuidarme, está roncando en el sofá.

Es incómodo estar echado en la cama casi las veinticuatro horas. Ya he dormido mucho y necesito un poco de acción; sin embargo, hasta que no me den de alta no me puedo mover. Todo por tener esa sensación de satisfacción de poder verla.

De improvisto, la puerta se abre de golpe para dar lugar a mi hermano vestido de negro y una sonrisa amplia.

—Hola enyesado —giro los ojos y le sonrío—. Al fin volviste al mundo de los vivos.

—No seas imbécil. —Se acerca y toca mi pierna enyesada, ríe.

—Provecho, tú que eres un adicto al ejercicio, esa pierna quedara flácida.

—Ya, me alegra verte.

—A mí igual, hermano mayor. —Chocamos puños, me revuelve el cabello.

—Eh, respétame.

—Soy menor que tú por tres años, respeta a tus menores. —Saca la lengua como si fuera un niño pequeño. —Ahora vuelvo contigo.

Va en nuestra hermana, se acuclilla y grita en su oído. Amanda cae al piso asustada y aturdida. Se da cuenta que es nuestro hermano y se incorpora rápidamente para darle un empujón.

—Desgraciado, mi sueño.

—Tenías que cuidarlo, no dormir —sonríe—. Anda ve a buscarnos qué comer.

—Voy porque también tengo hambre, no porque tú me dices, ni te creas. —Se acerca a la puerta refunfuñando en nuestro idioma natal.

—Aquí la comida me sabe a.... no comer nada.

—Me imagino, seguro parece la comida de nuestro padre. —Hacemos una mueca de asco.

Jala la silla pegada a la ventana y la acerca a mi camilla. —Tenemos asuntos que discutir.

Nos ponemos al corriente de nuestra empresa y mis negocios.

—No te quiero preocupar, pero como no me importa igual te diré. —Hago un ademán instándolo a proseguir—. Hay un problema en el hotel del Caribe.

—¿Qué tan grave es?

—Involucra a la policía.

Hago un gesto de fastidio. Tendré que llamar a Daniel, Daniel García, mi socio en América.

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