EXTRA 5: Bratva

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Amelia Ferrer

Moscú, Rusia

La Bratva.

Por años ha sido gobernado por hombres. La mujer de un líder debe ser su confianza y apoyo, una consejera y nada más. Por eso cuando Amanda empezó a cazar a vista de todos, los ancianos quisieron imponer su voz.

Entrelazo mis manos con las de mi esposo. Se abstiene de atacar debido a mi presencia. Les doy una hora antes de que todo se vaya a la mierda.

—¿Sugieres que volvamos al negocio de la prostitución? —escupe cada palabra. —No soy mi abuelo, anciano.

—Desde que dejaste que esa mujer... —James ha sacado una de sus navajas pequeñas y ha lanzado directo al puño del anciano. —¡Ah, maldición!

—Vuelve apuntar a mi esposa con tu asqueroso dedo decrepito y te mando a la hoguera.

Otro anciano carraspea. —A lo que se refería... es que, si volvemos el negocio, los hombres no se dejarán guiar ni darán el mando a sus mujeres. Muchacho, la bratva es de hombres.

—La Bratva es Amelia, la Bratva so yo, cada miembro de esta organización es la Bratva. —Mira a todos en la gran mesa. —Guárdense sus estupideces para ustedes.

Nunca hubo problemas cuando me aceptaron. Debe ser...

—¿Es porque uno de los líderes de los Morozov está enfermo y su esposa cumple con sus negocios? —pregunté con voz firme. —¿O porque su hijo mató a su esposa y fugo con su dinero con su prostituta de lujo a América?

El hombre con la navaja en su puño enfureció. —Puta chismosa.

Bingo.

—Moy ray, retírate por favor.

Suspiro. Va a correr sangre.

—No demores, cariño. —Besos sus labios.


(...)


Me despido de mis padres y le pido a Marco que los proteja. Moscú puede ser seguro para ellos, pero siempre debemos precaver.

Las risas se escuchan hasta la cocina, me asomo más a lo que mi panza de cuatro meses me deja ver. Mis ojos se llenan de lágrimas porque por fin lo veo tranquilo.

La gente juzga sin medidas, hombre o mujer, encuentran la manera de hacer daño. Nuestra doble moral nos ciega de encontrar una razón. Criterios insustanciales pretenden colocar relevancia a sus argumentos.

Somos víctimas y somos culpables, nos dañan y atacamos cruelmente.

—No le vayan a decir a mamá.

Mau.

Giré a verlo abrir el frasco de vidrios con los brownies.

—James —me crucé de brazos—, ellos no pueden comer eso, aún no es hora de almuerzo.

—¡Papá! ¡papá! Quelemos —Sus dos copias señalaron el contenido.

—¿Acaso soy un fantasma? —Me acerqué a ellos y negué su acción. —Han estado jugando afuera, deben bañarse —sus ojitos se llenaron de lágrimas—, Pand y papá también.

¿Mau? Mau, mau...

Lloriqueo y hablada gatuna se escuchó durante cinco minutos en lo que mi ruso y yo nos desafiábamos con la mirada.

—Tú también quieres —canturreó.

No mires Amelia, no mires.

El olor llenó mis fosas nasales, la boca se me hizo agua, ya sentía el sabor del brownie en mi paladar.

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