CAPÍTULO 22

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~UNA REINA AGREDIDA, EL DIABLO DESPIERTA~

PARTE II


Amelia Ferrer

—¡Basta! —Golpea mi estómago, mis piernas, no tiene piedad. Me cubro el rostro con mis brazos, intento respirar. Duele, estoy llorando. Sin aliento, sin fuerzas. —¿Por qué me hacen esto?

Estoy débil. No paran de golpearme. Mucho no puedo hacer por mí, por salir de este lugar.

—Enserio no sé quién es el Ruso Negro —vuelvo a repetir.

No quiero creer que sea James.

Agarra mi cabello para que alce mi rostro. —Digamos que te creo, no te puedo dejar ir muñeca.

—No diré nada, por favor.

—Suplica, suplica como lo hizo mi cuñada, mi sobrino, maldita puta —da palmadas a mi rostro. —Me divierte verte llorar.

Respiro por la boca, el hombre se agacha poniendo sus manos en sus rodillas. —La familia es debilidad, y el blanco fácil eras tú. —Toca mi nariz como si fuera una niña.

—¿Quién eres? —pregunto mareada.

—Me dicen El turco.

Un hombre con barba entra en la pocilga sonriendo y fumando.

—¿La tenemos? —Se detiene abruptamente cuando me ve, su sonrisa se esfuma y su pipa cae al suelo.

—¡Aquí está la puta hermano! —Mi secuestrador va hacia el de barba y pasa uno de sus brazos por los hombros.

El barbudo se separa, lo agarra del brazo y lo golpea. Los sirvientes del hombre se quedan mirándolos sorprendidos, están gritándose en otro idioma. Veo hacia el techo.

Encuéntrenme, no puedo resistir más, no ha parado de golpearme.

Rezo en silencio. Creo que ya no puedo abrir los ojos.

—¡¿Sabes lo que has hecho, lo sabes maldita sea?!

—¡¿Que te sucede imbécil?¡ ¡Es el plan, solo me estoy divirtiendo un poco con la puta!

—Esa puta de la que hablas no es la mujer del Ruso Negro! —Jala sus cabellos mientras da vueltas en su misma posición. —¡Mierda!

—¿De qué estás hablando?

—Esa mujer es del hombre que era el rey de la mafia rusa, nos has condenado.

Lo suelta y los dos se reincorporan. Me miran, siguen hablando en otro idioma, dan indicaciones a dos de sus sirvientes, estos me toman en brazos.

—No, no, suéltenme. Por favor, por favor. —Intento golpearlos inútilmente, no tengo fuerzas. —Ya no más, por favor.

Me llevan por un pasillo, es extenso. Seguimos hasta el final, hasta la única entrada. Ingresamos a un cuarto amplio, hay varias mujeres, están asustadas, algunas golpeadas. Me sueltan en un colchón.

—Cúrala. —Abren unos cajones y sacan un botiquín y lo sueltan a mi lado. Hay una mujer en la esquina, es una colega.

—Ayúdame... ayuda —le pido.

—Son unas bestias —me susurra.

Abre el botiquín de primeros auxilios y empieza a sacar todo lo necesario para curarme. Hago muecas y muerdo mis labios cuando cura las heridas abiertas.

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