CAPÍTULO 7

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~UNA GOTA DE ALCOHOL~


Marzo de 2014

Sábado por la noche. Club Ekaterina.

Amelia Ferrer

Los sábados son de divertirse y los domingos de dormir. Nuestra ley más sagrada entre Sofía y yo. Fue así desde que nos volvimos a reencontrar en la clínica. Mi problema es que no estoy del ánimo para divertirme, no quiero hacerlo, solo quiero beber hasta que mi mente quede en blanco.

Renzo Ricci me ha estado ayudando a lidiar si un niño se va al otro lado. Él ha sido de gran ayuda. Lo conocí en mi primer día de trabajo, era uno de los doctores que iba a guiar a los "nuevos", era altanero y se creía el último pan.

Ingenuo.

Lo confronté la primera vez que me quiso poner en ridículo en frente de los doctores jefes del área. ¿Quién terminó ridiculizado? Los dos. Desde ese día nos empezamos a llevar bien, en realidad nos soportábamos, con los meses nos volvimos amigos, los mejores amigos.

Ha sido de gran ayuda, a veces creo que Renzo debió ser psicólogo.

—¡Mejor te pido la botella completa tía! —grita Sofía al ver mi quinta copa vacía.

Estamos en el Club Ekaterina, en el área del bar. Este lugar tiene dos áreas, el bar era el área para beber y apostar, un ambiente relajado, se veían hombres jugando al póker y fumando. Y la otra área es la discoteca, había un pasillo enorme e iluminado para ir hacia este.

El lugar era increíble. No se escuchaba la música de la discoteca y el ambiente del bar era "pacífico".

Sofí tenía ganas de ir a la disco, yo solo quería matar mis penas con el alcohol.

La veía indecisa, sabía que no me quería dejar sola.

—Ve —le animé, ella me miro con duda—. Si quieres ir, anda a mover el esqueleto, me quedaré aquí.

—Y los músculos y tal vez mi órgano reproductor.

Casi escupo de mi bebida mientras el barman se reía ligeramente.

—¿Qué? —carcajea encogiéndose de hombros—. Tengo que disfrutar, me haré vieja algún día. Si quieres venir me llamas. Hablo enserio, me llamas.

—Lo haré, no te preocupes.

Nos cuidábamos las espaldas entre nosotras. Ella era mi persona, mi Cristina Yang.

—Tú —señalo al barman, estiro su brazo y lo acerco de la camisa, este se asustó—, no te pases de listo guapo. Tengo un arma y no me gustaría usarlo en tu precioso rostro.

Lo dejó ir y se levanta del asiento. Besó mi mejilla antes de irse. La veo caminar con sus tacones altísimos y moviendo las caderas con su sensual vestido azul. Atrapa las miradas de algunos hombres que entran al bar.

No te metas en líos, Sofía.

—Es una señorita muy peculiar —murmura.

—Sí que lo es. —Observo al barman antes de preguntarle—: ¿Por qué crees que una mujer bebe hasta no reconocerse?

Bebo de mi copa para pedirle una botella de su mejor vino.

—Por amor, una ruptura, una infidelidad, estrés, diversión... —se apoya en el mesón para darme mi botella de vino.

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