CAPÍTULO 67

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~SIN TI~

Parte I


James Lebedev

—Estás hasta la médula —se burla Novak. Cabe recalcar que limamos asperezas.

Meto las manos a mi bolsillo y se me escapa una sonrisa.

—Desde que sus hermosos ojos chocolates se posaron en los míos.

Ella es mi punto débil. Amelia hechizó mi alma y no hubo vuelta atrás. Amelia es mi Perséfone, tan angelical y la envolví en mi oscuridad. Nuestros hijos crecerían en medio del peligro, pero por nada me conocían como el Diablo. Mis aliados, la gente que trabajaba para mí, eran leales y si me traicionaban el mundo ardería.

Amenacé y asesiné a miles de personas y no me arrepentía, era el Diablo que cobraba con sangre y cenizas. Era ese monstruo que se vengó para que nadie la lastimara. Los problemas tenían que arder desde la raíz como un árbol.

Las hojas hacían el trabajo duro, mientras que lo demás era casi intocable. Cuando se quemaban los árboles, el tallo siempre se mantenía firme, era mi deber eliminarlo y quitar las raíces para que no creciera otra vez.

Solo tenía un problema, Raiden no podía controlar a los renegados de los yakuza, la vejez lo perseguía y sus planes estaban fracasando. Una cuestión de tiempo para ceder el mando, él lo había dejado claro. Víktor trataba de ayudarlo, mi amigo le tenía confianza a mi hermano, esperaba que se decida lo más rápido posible. Él siempre quiso estar en la mafia.

—¿Los japoneses siguen rondando en Barcelona y Francia? —preguntó Antoine.

—Novak, deberías aliarte con nosotros o quieres otra vez estar patas arriba —carcajeó Roma.

—Somos amigos señores —hizo una mueca—. Tengo suficiente con mi porquería para aumentarme las suyas.

—Algún día caerás.

—Me quemaré cuando yo lo crea necesario Lebedev.

Rodé los ojos. Novak era un ser sin sentimientos.

Seguimos conversando y haciéndonos burlas, solo quedaban hombres y algunas mujeres en el primer piso. Mi mirada recorrió todo el salón, vi una sombra correr hacia la cocina, miré por los ventanales, las sombras se estaban moviendo.

—¿Problemas? —Fruncí el ceño acercándome a la puerta, el humo salió de la cocina, los filos de las espadas al chocar se hicieron escuchar.

—¡No me invitaron ruso! —saqué mi arma. Apuntaba hacia ese humo, no los lograba ver.

Iba a matarlos a todos. Irrumpieron en mi segundo hogar.

—Sí que te tienen odio esos chinitos —manifestó Novak.

—¡Que somos japoneses!

Volteé a verlo y tomaba de su botella, para él nada pasaba. Roma saco su arma y me apuntó, el cuerpo del hombre cayó a mis pies. Los disparos se empezaron a escuchar en el patio delantero y en la sala contigua, los gritos de algunas mujeres y niños.

—¡Que empiece la fiesta! —gritó eufórico Antoine.

Todos sacaron sus armas, los japoneses se dejaron ver, entraban por todos lados. Alguien me había traicionado.

Los japoneses esquivaban las balas, los yakuza se habían tomado enserio el usar solo las katanas. Esquivaba los filos queriendo enterrarse a mi cuerpo mientras iba a las escaleras. Veía subir a varios, las sombras intentando matarlos, tenía que llegar a ella, a ellos.

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