CAPÍTULO 29

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~ADIÓS CIOCCOLATO~


Septiembre 2014

James Lebedev

El vibrar de mi celular me despierta. Recojo mi ropa y me visto. Amelia duerme plácidamente en la cama. Estábamos muy borrachos y calientes por el momento que no recuerdo mucho lo que sucedió.

Tomo la llamada insistente de mi hermano.

Víktor: Tenemos un problema, un grave problema.

Me acerco al balcón a observar, las sombras estaban desplazadas por toda la mansión.

Una piedra me da en la mejilla y miro para abajo. Mi hermano apuntaba hacia la izquierda y me hizo un gesto de disculpa. Hice una mueca y colgué la llamada. Me devolví a la habitación y cerré la puerta del balcón. Salí y cerré con llave, todavía había borrachos en la casa.

Toqué mi arma en mi cintura, y bajé las escaleras, había cuerpos dormidos en algunos lados de la casa. Espero que Amanda se haya ido a dormir.

Víktor estaba de cuclillas tirándose de sus cabellos, caminé más rápido. Robert estaba hablando por celular furioso.

Levanté a mi hermano y lo escuché balbucear—: Tenemos que matarlo, pero ya.

Jerome señaló la caja a su lado en el suelo.

—¿Alguien me explica? —mascullé, mirando el contenido.

—Una camioneta lo dejó enfrente de la casa, los seguimos y atrapamos a uno.

—¿Dónde está?

—Muerto, dio el mensaje y se envenenó, tenía una pastilla en su boca.

Pongo mis manos en mis caderas. —¿Romario?

—Lo sabe, pide justicia, invocó al tratado que tenemos —dice Robert.

Acaricio mi mandíbula, necesito fumar.

Con Kahler herido y en el hospital, Andrey aplicaría una de nuestras leyes. Padre no lo asesinó y no entiendo por qué no lo hizo.

Si la caja llegó aquí, las basuras búlgaras estarán por cualquier lado de Barcelona.

Amelia, es hora de perseguir el peligro inminente. Tú me comprenderás ya que es la cabeza de la madre de Fernanda, mi cioccolato.



**********



Días después

Atesta su puño en mi torso y sonrío, agarro sus brazos y las pongo en su espalda.

—Eres lenta. —Me encorvo cuando su rodilla golpea mi entrepierna. —Mierda.

—Lenta, pero no distraída.

Hago una mueca de dolor y agarro mi polla a través de mi ropa. Ella sonríe y salta a mi alrededor, niego con la cabeza.

Los búlgaros eran unas ratas cobardes y escurridizas, no podía permitirme que a mi reina le pasará algo. Corríamos todas las mañanas, los sábados le enseñaba a disparar, nuestros domingos eran clases de defensa personal y boxeo. Practicábamos en el gimnasio de mi pent-house, implementé más cosas para entrenar.

Amelia escuchó toda mi historia. Sabía todo. No había vuelta atrás, ella estaba dentro de ese mundo que pensé no volver.

Entendió mis razones para buscar a los búlgaros y hacerlos pagar por lo que hicieron.

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