V e i n t i c u a t r o

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Evan

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Evan

—Luces más callado que de costumbre. —comenta mamá.

Esta arrodillada en el pasto, sus manos están enfundadas en guantes de jardín, y tiene el cabello negro todo recogido. Cambia la planta de la maceta con cuidado para luego colocarla en la tierra.

Me parece aburrido, pero cuando la veo, parece que no lo es, no puede serlo si tiene todo su esmero en esa actividad. Aunque también tengo la teoría de que siempre le ha gustado cuidar más de otras cosas que de si misma.

—Estoy bien —digo subiendo y dejando caer los hombros aunque no me ve.

—No, no lo creo —dice aún concentrada en lo que está haciendo —No dejas de mirar hacia su casa, cielo. —agrega y giro la cabeza tan rápido hacia su dirección.

Ella voltea el rostro también y me da una enorme sonrisa, yo suspiro.

Ni siquiera sé cómo ha podido observarme si estaba concentrada en las plantas.

—Porque siempre sabes esas cosas —le digo y la noto reír.

—No es difícil adivinar —añade —Se te ve en los ojos.

—Si, en mis ojitos azules.

—¿Qué? —pregunta mamá extrañada, una sonrisa se asoma en sus comisuras.

Sonrío mirando hacia abajo.

—Nada, mamá, nada

Cierro los ojos mientras siento el veneno expandirse por todo lo que soy. Ahora, en este momento, me resulta increíblemente falso creer que esto que me amenaza el cuerpo de tal manera sea, irónicamente, capaz de ayudarme.

Algo que parece quemarme me cura… y lo detesto, lo odio.

Por qué si lo veo de esta manera es así: Estoy peleando una guerra contra lo que está en mi cuerpo, que es parte de mí también… y lo peor de todo es que sea cual sea la parte que esté ganando. El daño que me están haciendo no disminuirá, el resultado es el mismo: dolor.

Despejó la cabeza y cierro los ojos con las drogas de quimioterapia hundiendo dolorosamente hasta el fondo todo el mundo real.

Curiosamente el tiempo no me afecta, transcurre rápido y cuando menos me doy cuenta sé que está aquí aunque no abro los ojos. Se siente como si todo estuviera en cámara lenta.

—Estoy bien má —digo con los ojos somnolientos y la voz pastosa y lenta.

Ella me tiende un vaso de agua mientras siento su peso hundirse en el colchón. Cómo puedo me acomodo y tomo el líquido en pequeños tragos.

—¿Necesitas algo de comer? —pregunta suave, y creo que le sonrío un poco. Ni siquiera sé porque.

—Por que siempre piensas que tengo hambre.

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