Q u i n c e

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Evan

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Evan.

Estamos sentados uno frente al otro. Con el ceño más que fruncido, mis ojos hechos rendijas van desde el gorro negro en su cabeza hasta los pulgares que mueve con rapidez y aunque él le presta toda la atención al videojuego en sus manos, sé que también a Oliver se le debe hacer rara esta situación.

Sin embargo, lo disimula tan bien que me hace pensar en la posibilidad de que me equivoque y a él no le importe para nada.

En todo caso, ¿Por qué mamá lo invito?

Cuando el ruido de su psp cesa, Oliver se levanta de repente, y no sé porque me pongo alerta, no tardo nada en ponerme sobre mis pies yo también, le hecho una mirada de precaución que él pasa por alto.

Lo veo acercarse al escritorio junto a mi ventana, se inclina sobre este como si estuviera fisgoneando algo. Me alarmo cuando recuerdo mi portafolio de fotografías a plena vista, vuelo hacia donde se encuentra y con recelo me dispongo a guardar mis cosas. Por el rabillo del ojo, lo veo suprimir una risita.

—Así que... ¿Qué quieres que hagamos? —me pregunta.

Respiro sonoramente y niego con la cabeza.

—A ver, no quiero ser grosero, pero recuérdame por que estas aquí.

—¿Qué parte de eso no sonó  grosero? —me responde y me llega un pinchazo de culpa. Cuando subo la mirada hacia su rostro, sé que no esta enojado. —Bueno la cosa fue que tu mamá hablo con la mía, se pusieron de acuerdo y nos reunieron para jugar ¿genial, no?

No, no es genial.

—¿Y por que harían eso? —Le cuestiono.

Él se escogió de hombros. ¡Ah pero que buena respuesta!

Sacudo la cabeza terminando de guardar mis cosas, pues no vaya a ser que Oliver se ponga a curiosear de nuevo.

De pronto, me quedo estático... ¿lo he escuchado silbar?

Cuando giro la cabeza hacia él, automáticamente dejo todo lo que traía sobre mis manos. Mis cejas se fruncen.

—¡Pero que buena vista! —me dice él, con una sonrisita cómplice.

Entrecierro los ojos y me acerco a donde se encuentra. En la casa de al lado, una linda chica cepilla sus ondas doradas frente al espejo, la piel pálida y cremosa de sus brazos y piernas desnudas captura todos los rayos del sol de la mañana.

Ahora, conmigo, somos dos tontos babeando.

—Bueno, si yo tuviera una vista como esa, tampoco saldría. —escucho que me dice Oliver, pero no le respondo.

Toda mi atención sigue en la rubia del otro lado de la ventana. Por un momento no puedo creer que la manera en la que toca su cabello, me hipnotice. Pero de repente, un instante después, ella voltea en nuestra dirección.

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