D i e c i s e i s

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Hallie

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Hallie

—Creí que iríamos al cine —menciono bajando de su auto.

Brad hace una mueca  ante mis palabras, luego toma mi mano y me pega a su costado, después cierra la puerta del vehículo tras de mí.

—La película ya no esta en cartelera —. me dice con timidez.

Y de hecho no me sorprende, ya me lo esperaba.

Cuando rodeamos el auto, algo llama mi atención en la fachada de su casa color salmón. Me despego de él atraída por el cambio.

—Lo cambiaste —le digo viendo el nuevo y reluciente aro de básquetbol colgando de la cochera.

Tomo la pelota que ya hace tirada por mis pies y la muevo sobre mis manos como si la estuviera inspeccionando.

Antes solía venir y lo ayudaba a practicar en las tardes. No fui un reto que lo ayudara mejorar, siempre fui demasiado mala. Esa rutina termino tan rápido como empezó.

Aviento la pelota hacia el agujero colgante. La bola llega y golpea el aro, pero no entra. Suspiro con resignación.

Brad suelta una risita a mis espaldas.

—¡Dios!, sigues siendo malísima —dice y  levanto la ceja ante su comentario. Una pequeña sonrisa se esparce en mi cara.

Se acerca dando pasos hacia mí, toma el balón que ha quedado regado, luego me lo tiende en las manos.

Y cuando se para tras de mí, toma mi cintura de pronto, se coloca tan cerca, que mi espalda queda clavada en su pecho, su respiración acosa mi oreja solo para después tomarla entre sus dientes... y entonces quiero correr solo para alejarlo, pero me quedo quieta, casi petrificada.

No se cuanto tiempo se queda así, mordisqueando mi oreja y besándome el nacimiento del cabello. Trago saliva, y cuando los segundos mas largos de mi vida acaban sus manos guían las mías para encestar. El tiro es igual de malo que el anterior.

—No tienes remedio —dice, y aprovecho su distracción para recuperar el espacio entre nosotros. —Ven, vamos a casa.

Asiento y tomo la mano que me estira.

Cuando abre la puerta soy la primera en entrar, luego lo siento cerrar la puerta a mis espaldas. Su casa luce como siempre, callada e impecable. Me sorprendo cuando me encuentro observando los mismo cuadros colgados en la pared. La mayoría son de Brad y Luke de niños, ya no me sorprende, ambos han sido amigos desde pequeños.

—Entonces... ¿Quieres  ver una película?

—Claro —respondo, la esquina de su boca se curvea y me toma de la mano para llevarnos a las escaleras.

Un momento...

—... ¿en tu habitación? —cuestiono antes de subir el primer peldaño. Sus ojos chocolates se fijan en los míos.

Más BrillanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora