V e i n t i o c h o

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Evan

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Evan

Veo los cabellos sobre la almohada blanca, y el estómago se me retuerce. Instintivamente me toco la cabeza, casi como si pudiera averiguar qué es lo que le está pasando a mi cuero cabelludo, como si pudiera saber de donde se han caído todas esas hebras.

Ni siquiera sé porque lo hago, si ya de antemano sé la causa. Efectos secundarios.

Inhalo profundo. La mayoría pierde el cabello…

Tomo las hebras de la almohada y de manera automática camino hacia la papelera que está a un lado de mi escritorio.

Vislumbro la ventana. Por hábito llevo los ojos hacia su casa, luego miro los cabellos en la basura, algo se me hunde en el pecho. Me paso las manos por el pelo y me obligo a empezar el día.

Mamá me da un gran sonrisa cuando baja el jugo de naranja de sus labios, le correspondo y aparto la mirada. No obstante aún me encuentro viéndola de reojo.

Es como si quisiera que su rostro me diera un indicio de la fecha que se acerca.

¿Cuándo dejo mamá de mencionarlo?

A veces siento que es como si fingiera olvidar. Porque si, yo lo quería, era mi padre, de alguna forma era irremediable que lo quisiera. Pero ella… él era su esposo, lo amaba porque quería hacerlo, por voluntad propia.

Por debajo de la mesa, en mi celular veo los días que faltan para que se cumpla un año desde que él no está.

Suspiro.

Miro a mi mamá, la detallo con cuidado, noto el cabello negro recogido de manera desordenada que siempre suele usar… y esa expresión en su rostro que pone cuando no está sonriendo, ella siempre maquinando planes… las ojeras bajo sus ojos grises. A lo mejor pensamos lo mismo. Tal vez ella lo piensa más de lo que lo hago yo.

O tal vez, tan solo tal vez, lo único que nos queda es avanzar a ambos.

Clavo los ojos en el cuaderno mientras reviso los resultados, asiento cuando creo que todo está bien.

Llevo mis pupilas hacia ella y la encuentro mirándome. Me gusta que parezca que sus ojos esperan que yo también los contemple.

—¿Entonces…? —pregunta, con sus pupilas atentas de las míos.

—Esta muy bien, lo hiciste perfecto —le digo entregándole el cuaderno. Sus labios se curvean de inmediato.

—¿Es enserio? —dice emocionada, luego arruga las cejas —¿No estás mintiendo, verdad?

—Jamás —es lo único que le respondo.

Deja el cuaderno sobre su regazo y vuelve a enfocarme. Ladea la cabeza.

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