D i e c i s i e t e

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Evan

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Evan

Entro a casa como si fuera un robot.

Por segundos, no me muevo. Me quedo sosteniendo el pomo de la puerta como si el gusto o la vergüenza me hubieran congelado.

Esto no debe estar nada bien, pero aun asi no reprimo la sonrisa.

Cuando veo solo un instante la figura de la mujer que me dio la vida, hecho toda mi emoción hasta los más hondo de mi estómago. Entrecierro los ojos y camino hacia ella. Cuando llego hasta la cocina la encuentro lavando platos frente al fregadero. Sé que me ha notado.

Carraspeo para que al fin se voltee a mirarme. Y cuando lo hace la expresión de sus ojos y sus labios me intimida. Hago lo que puedo para que no lo note.

―¿Qué fue todo eso? ―le pregunto.

―¿Eso que? ―contesta con una inocencia que realmente no creo.

―¡Pues eso! Lo de hare de comer  ¡cuando llegue la comida ya estaba hecha! ―respondo y a mamá se le sale una risita, en serio, una risita.

―¿Así? Creo que lo olvide ―agrega divertida, y cuando me dispongo hablar sus labios de abren de nuevo. ―además, ¿y tú qué? Eh, ¿que fue todo eso?

―No sé de que estas hablando ―le digo con las cejas fruncidas. Y la veo secar sus manos enjabonadas con una pequeña toalla verde de esas que siempre están en la cocina.

Luego fija sus ojos grises en los míos.

―Bueno parecías un niño de seis años que acababa de ver a santa Claus en su cocina ―añade y mis ojos se abren en sorpresa, mamá me da una de esas sonrisas suyas con los ojos brillantes.

Ruedo los ojos, aunque sé que la cara se me ha calentado. ¿Por qué reacciona así?

Salgo de ahí bufando.

Me dejo caer en el sillón con un suspiro. Luego cruzo los brazos sobre mi pecho tratando de que mi cara baje de temperatura. Ahí sentado de pronto lo empiezo a distinguir. Ese que hace que mi cuerpo se sienta como si algo me hubiera demolido. El cansancio me hace cerrar los ojos.

Vuelvo a mi cuando siento sus dedos acariciar mi cabello.

―No comiste nada ―me dice mamá, la preocupación llenando cada una de sus palabras ―¿no te gusto la comida?, ¿te preparo algo más? Quieres...

―Comí en casa de Oliver ―le miento. Y cuando sus ojos miran los míos soy demasiado bueno ocultándole las náuseas que tengo, pues ella me sonríe

De pronto mi propia mentira me hace recordar.

―¿Por qué hablaste con la mamá de Oliver? ―le inquiero sin dejar de mirarla. Aunque parece más un reclamo. Mi entrecejo se frunce cuando el de ella también lo hace, y cuando me mira, de pronto empiezo a sentir que el que ha dicho algo sin sentido soy yo.

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