XXXVII. La legalidad abre puertas

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Anthony.

Enhorabuena ha llegado el día que estuve esperando desde abril, que anteriormente poco me importaba. En la mañana, antes de salir, apagué mi celular, sé cuántos saludos me llegarían, son buenos chicos, pero esta vez no me hace falta alguno más del que recibiré en los próximos minutos. Levantarme temprano un domingo no es lo mío, es mi único día para descansar. También debo agradecer a Nick, que anoche le pedí que se quedara y fue quien me despertó porque ni la alarma pudo. Gracias al cielo el dinero puede comprarlo todo y solo me costó dos billetes grandes poder visitar a Ian un fin de semana. Llegamos a San José hace doce minutos, me tardé seis en conseguir estacionamiento y llevo tres en recepción esperando que alguien llegué a atenderme, que mal servicio por Dios. Nick se quedó en la sala de espera, jugando con su celular, como siempre hace cuando no tienen nada más que hacer. Cuando por fin una joven me atendió le pasé mis datos, a quien venía a ver, y entonces ella hizo un llamado y me dejó entrar. Me indicó un pasillo largo y frío por el que al pasar sentía de todo, pues el hecho que por fin lo volvería a ver era desesperante, después de meses de solo llamadas quiero ya verlo, lo extraño tanto, mi hermanito.

Entonces me detuvieron. 

Me comenzaron a registrar toda la ropa, como si esto fuera una cárcel, bueno, se asemeja bastante. Literalmente me manosearon, esto es muy raro, si al venir aquí siempre harán esto tendré una excusa para no venir (de todas formas, no la usaré, aquí el que está es mi hermano no cualquier mundano), pero espero que no lo hagan cada vez.

Al cruzar la puerta que está enfrente de mí veré a ese chico de 21 años que más aprecio en mi vida, que anhelo que esté tan bien en cómo lo expertos plantean.

Un funcionario abrió la puerta delante de mí y me dejó a la vista una pequeña habitación casi vacía, pasé lentamente, miré a un lado y lo ví: sentado en ese gran sofá con un abrigo y calcetines de invierno, aquí hace frío, pero a mi parecer no es para tanto.

Al verme se levantó y me sonrió, él estaba tan feliz como yo de verlo. Le devolví la sonrisa y reduje nuestro espacio para abrazarlo fuerte y palmear su espalda.

—Estás más grande —musité en su oreja mientras el abrazo seguía.

—Y tú más chistosito parece —Se rió y se despegó de mí.

—Hablando en serio, te ves horrible, ¿acaso no duermes? —Lo miré sonriendo.

—Aquí es muy difícil dormir tranquilo, ya que quiero ir de esta mierda.

—¿En serio es tan malo?

—Ni te lo imaginas.

—¿Y qué te han dicho de cuándo saldrás?

—Si sigo los tratamientos al pie de la letra como lo he hecho todos estos meses podremos pasar año nuevo juntos, mi hermanito.

—¿Es en serio? —Asintió y yo sonreí de boca abierta— No puedo creerlo —Alcé mi mano para chocarla junto a la él, él al percibir mi movimiento hizo lo mismo y chocamos nuestras manos dejándolas juntas por unos segundos—. Tienes que portarte muy bien, no falta mucho y yo te estaré esperando junto a Diana.

—Claro que sí, Sid. Me comportaré y seguiré instrucciones que odio solo para poder salir de aquí este diciembre. Será nuestro primer año nuevo bueno después del accidente, ¿sabes por qué? Porque estaré sobrio.

Ambos nos sentamos en el sofá y comenzamos a hablar tonterías, contándonos qué tal (o al menos yo, ya que él la mayoría del tiempo hace lo mismo). Le conté todo lo sucedido fuera y dentro del instituto y él quedó muy sorprendido por todo. Hablar con él sobre tonterías me hizo recordar cuando teníamos 12 y 16 y en las mañanas cuando él me llevaba a la escuela siempre solía contarle chistes que él fingía que les divertía y yo le contaba todo lo que hacía en la escuela para luego mencionar exactamente lo mismo en la hora de cenar con nuestros padres incluidos.

A PruebaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora