XXVI. Un error que rompió la perfección

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Anthony.

No entro a clases de química desde marzo. Apuesto que ya saben la razón, ella era mi compañera y no quiero ninguna más al menos por este año. Agradezco que la profesora entienda mi dolor y me da permiso para no entrar. Realmente no se necesita un permiso para no entrar a alguna clase, pero lo que ella hace es poner asistencias cuando no estoy presente, obvio no lo hace siempre, porque si tengo menos del 50% de asistencia queda como reprobada la asignatura. Ella y yo hicimos un trato; yo hago todas las tareas con algunas extras que me coloca y a cambio ella me pasa, es muy justo. La señorita. Robbins es la única profesora que me agrada y no, no es solo por eso, ella de verdad es muy buena, es la única profesora con la que podemos interactuar como amigos, es decir, no siempre estamos en momentos serios, deja temas a nuestra elección para experimentos, explica nuevamente si no entendiste, y jamás, desde que estoy en el instituto ha enviado a alguien a dirección. Sabemos que llegar a allá es un castigo grave y penitenciado —He llegado varias veces—. También es bueno que la mayoría de sus estudiantes se comportan como ella con ellos.

En este momento me encuentro en el pasillo principal, este pasillo da para el comedor, baños, escalera, lockers y al pequeño pasillo de profesores. El colegio es un poco confuso, pero cuando ya llevas tres años aquí te acostumbras y no te vuelves a perder como antes es que probable te haga pasado.

No soy el único que no entró a su clase, en los pasillos y por alrededores del campus siempre hay chicos deambulando.

Caminaba cuidadoso con el celular encendido en mis manos hasta mi locker, la clase apenas está comenzando y yo buscaré mi mochila para irme hasta el campo, escuchar mi música un rato y otro para hablar con mi hermano.

En Hazelden solo permiten dos llamadas por semana (esta sería la primera de esta), normalmente llamo los lunes y jueves. Sin embargo, tienen hasta cierta hora para recibir llamados, siete de la noche, y ayer al salir del trabajo se me pasó la hora, por lo tanto, no pude llamarlo, y para que hoy no me pase lo mismo es preferible llamarlo a esta hora.

La semana pasada cuando llamé a preguntar en cómo estaba, el señor al otro lado de la línea me informó por lo que estaba pasando; resulta que estaba enfermo, pasaba los días con nauseas, dormía cuando podía y casi no comía —por supuesto que me asusté— después me explico porque pasaba todo eso, es porque como antes se la pasaba bajo el efecto de la drogas la mayoría de día, su organismo se acostumbró a poseerlas, entonces cuando ya va un mes que no recibe lo antes lo mencionado es propenso a enfermase a tal punto donde es necesario un doctor. También me habló de las 4 fases del proceso de rehabilitación que lleva, hasta ahora ya ha superado la primera y va en proceso de la segunda. Estoy tan feliz por mi hermano es que de verdad se está esforzando, sé que esto no es fácil para él, ni tampoco para mí. No obstante, sabemos que nos llevamos en el corazón y él lo hace por mi para volver a nuestra vida normal.

Estaba por salir del pasillo cuando alguien choco con mi hombro a propósito, sé que así fue porque los pasillos son lo suficientemente anchos para evitar choques cuando no hay mucha gente. Me quedé quieto por un momento, giré sobre mis talones y vi quien había sido, era la única persona de ese lado. Siguió caminando como si nada mientras lo observaba.

Una parte de mí ya sabía quién era.

—¿Qué es lo que se supone que quieres? —hablé fuerte para que me escuchara con claridad.

Se detuvo. Giró su cuerpo hasta mi dirección, —Lo siento —Sonrío hipócrita—. No te vi. Mi ojo no nota a personas cero en mi vida.

—Para la próxima vez camina a más distancia, no quiero llenarme de tu suciedad.

—Es mejor que cuides tus palabras, Adams —Cruzó los brazos sobre su pecho.

Toqué con mi lengua el interior de mi mejilla. Incline mi cabeza a un lado mientras me acercaba lentamente a él.

A PruebaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora