XXI. Rehabilitación

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Anthony.

Estoy tan alegre de que mi hermano quiera entrar de nuevo en rehabilitación. Se comprometió ante mí mirándome a los ojos. En intentos anteriores de recuperarse nunca me lo prometió. Más bien, yo lo obligaba a internarse. Las dos veces que lo hice él no tenía ninguna intención en recuperarse, por eso mismo lo dieron de alta a los dos meses en cada hospital que asistió, porque él no deseaba salir adelante. Esta vez todo cambió, él me pidió que lo internara, sus palabras fueron:

«Tony, necesito un favor de ti. Yo no quiero morir de una sobredosis, necesito que me internes en rehabilitación. Sí, estoy consciente que anteriormente lo has hecho, pero esta vez sí estoy dispuesto a recuperarme. Necesito cuidar de ti, eso es lo que hacen los hermanos mayores. Además, sabes que llevo cinco meses saliendo con Diana, ella me acepta tal como soy, pero debo mejor. Por ti y por ella. Es hora de que seamos felices».

Enhorabuena aceptó que todo lo que hace está mal, tanto para su salud como para mi estabilidad emocional, es decir, no saben cuánto sufro al ver a mi hermano metiéndose esas cosas malignas. Ni siquiera se las podía esconder —varias veces lo intenté— No obstante, él las encontraba o peor aún, compraba más. Es tan engorroso ver a mi hermano en ese estado. No podría vivir sin él, es lo único que me queda e imaginar que un día llegue a casa, trate de llamarlo y que no me responda, que ya no esté en este mundo me destrozaría más de lo que estoy.

Tengo claro que perder a nuestros padres fue la peor consecuencia que tuvimos que pagar. A Ian le dolió —y le sigue doliendo—, dice que es su culpa. No tengo ni la menor idea de por qué dice aquello, él no iba manejando el avión, no supo que el motor estaba descompuesto, ni mucho menos armó el accidente. Es absurdo que piense tal cosa.

La vida es muy impredecible. En un momento puedes estar contento y al otro te puede llegar una noticia que destroce tu mundo entero.

En fin, anoche estuvimos investigando y la clínica más recomendada se encuentra en San José. Llamamos al sitio. Por la llamada nos informaron que aún les quedan cupos en el área de adictos. Sin embargo, solo se admiten inscripciones y retiros los días hábiles. Siendo así, hoy nos hemos despertado mucho más temprano de lo usual, hablo de que son las 4 de la mañana.

¿Por qué? Ian debe terminar de arreglar su maleta, se despedirá de Diana y ambos sabemos que no será fácil.

Debo llamar al instituto y avisar que es probable que hoy no vaya a clases.
De lo que si estoy seguro es que podré ir a trabajar. Comencé a trabajar hace una semana en Rosie, voy en el turno de media tarde, soy mesero. Necesito ahorrar, no es que tengamos problemas de dinero, sino que no debemos esperar a que se acabe para volver a conseguir. Además, mi futuro viaje a Alemania no se pagará solo.

Nuestro objetivo es salir de aquí a las seis.

Diana llegó a eso de las cinco, lamentablemente no puede acompañarnos a San José porque está en la universidad y hoy tiene dos exámenes que no tienen posibilidad de atrasarse para nadie. Ya está por irse.

Ellos están dentro de la casa, yo estoy sentado dentro del auto esperándolo. Listo para salir.

Sé que están ahí adentro, en algún lugar de la casa llorando y besándose una y otra vez como dos almas antiguas que se aman lo suficiente como para saber que siempre estarán uno al otro, aunque los tiempos no sean los mejores. Las despedidas son difíciles, pero estoy seguro de que ellos sabrán afrontarlo.

Diana y Ian se conocieron en una discoteca hace un año, según lo contado por mi hermano en cuanto sus miradas se cruzaron él sintió algo en el estómago, y no, no eran nauseas, eran mariposas que volaban ahí dentro, en el momento de conocerla se sintió flechado por ella, desde ese momento supo que la querría. Él se animó a acercarse a ella para hablarle, pidió su número y se intercambiaron los teléfonos. Desde ese momento no han dejado de hablar ni un solo día.

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