XLII. Las promesas se rompen cuando es necesario

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Acabo de llegar a la prisión donde él cumple su condena. Sé que estoy haciendo esto de impulso, pero no me quiero detener. Entré y pasé hasta donde debo dejar mis cosas y decir a quien vengo a visitar.

Sabía lo que pasaría después. 

Me di cuenta de que al lado de los brazos del funcionario yacía un libro abierto, al entregarle mi identificación y antes que la viera hablé.

—Una pregunta, ¿le gusta leer terror?

—¿Cómo sabes que me gusta leer? —Es tan estúpido.

—Tienes un libro al lado —Señalé el libro.

Hizo un leve fruncido, —Sí, este es de terror —Asentí fingiendo una sonrisa.

El funcionario bajó la mirada hasta mi identificación.

—No puedes pasar, eres menor de edad.

—Eso lo sé —dije—. Y no te pasé mi identificación para que vieras mi fecha de nacimiento. Es para que leyeras mi apellido.

Es la primera vez que uso mi apellido para conseguir algo y si es necesario hacerlo de nuevo lo hago.

—Speers —susurró, dando unos golpes de la tarjeta a la palma de su mano—, ¿Los escritores?

—Los mismos —sonreí.

—¿Y eso qué me importa? —Me miró serio.

—Déjame pasar y a cambio te entrego una novela, a tu elección, y no solo eso, firmada con dedicatoria a ti.

—No me vas a sobornar.

—No es soborno, es un trato. Necesito venir a ver a Mark Anderson, es una emergencia.

El señor respiró profundo.

—Cuando vengas a retirar tus cosas te daré mi número y nombre para que mañana me entregues 'Salvando a Sydney'.

—Será un hecho. 

Cuando terminó de hacer el papeleo, llamar a que bajen a Mark y entregarme una pulsera que significa que estoy autorizada a entrar fue que por fin otro funcionario me encaminó hasta la sala de visitas, indicándome que en el número 21 estará él.

Caminé a través del pasillo, mirando los números arriba de cada puesto.

Me helé al leer el 21, a pesar de saber a quién vería. 

Al notar mi presencia, Mark formó una sonrisa, como si en serio estuviera alegre de verme. Al contrario de mí, que lo miraba seria.

Me senté cautelosa en la silla frente a ese cristal. Y lo observé sin tomar el teléfono que se encontraba arriba a mi lado, que él ya tenía en la oreja el suyo. 

No me esperaba volver a ver a Mark después del día de la sentencia, entrar aquí, sentada frente me hace sentir tan mal. Creo que ha sido un error venir. Solo espero saber algo nuevo.

Juré que no lo visitaría, pero este es el mundo real, todo se acaba, todo se arruina, incluso las promesas se rompen cuando es necesario. 

Cuando me percaté de su cabello me di cuenta de que Mark ya no es rubio, como yo lo recordaba. Un rojizo ha sido remplazado por ese, mostrando su natural. Se ve bastante diferente, y no solo por su cabello. Se nota que no la ha pasado muy bien aquí. Es que tampoco un chico de diecinueve años debería estar encarcelado, cuando apenas está comenzando a vivir. La mano que no tenía el teléfono estaba envuelta de una venda que supongo se ha deber de lastimado en una pelea, sin embargo, su cara está intacta, como si no se la hubieran tocado y si es que fue así, es bastante ágil. 

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