10.

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-¡Papá que tienes! ¡Reacciona por favor!

Mi lapicero era apretado por mi dedo repetidas veces, mientras que la punta salía y entraba haciendo ese sonido. Esos recuerdos vinieron a mí y dolía. Miraba a la profesora, pero no me importaba lo que estuviera hablando, había entrado en una crisis no sé como, ni en que momento, pensé que todo volvía a ser luz en mi vida, error... solo era un momento. 

Mi crisis aumentaba y con más rapidez apretaba el lapicero, con más agresividad, con más fuerza para luego estrellar la punta del lapicero contra la mesa y como consecuencia la punta se quebró. 

Maldición. 

Maldije dentro de mí.

Solté un suspiro, un dolor en mi cabeza, toque con la yema de mi dedo, la sien de mi cabeza, me hacía leves masajes de manera circular. Levanté mi cabeza mira a la profesora y alce mi mano.

-Sí señorita, Deadman- la profesora me miró, me señaló dándome la palabra.

-¿Puedo ir al baño?- respondí seria, ella asintió y me pare. Salí con prisa, ¿por qué después de tanto tiempo sus muertes aún dolían? Todo me afectaba. 

¡Por qué era tan débil!

¡Por qué!

Entre al baño cerré la puerta detrás de mí. Con una presión en mi pecho tan fuerte que sentiría que moriría, jadeé hasta poner mis manos en el lavamos, la respiración me faltaba, sentía mi corazón latir muy rápido, sentía que al escuchar mi corazón en cualquier momento dejaría de latir, me eche en la pared, mi espalda toco la fría y lisa pared, puse mis codos en mis rodillas y oculte mi rostro en mis manos mientras sollozaba. 

Después de todo el tiempo no había curado mis heridas, menos cicatrizarlas. 

Comencé a llorar con más fuerza, jadeando y sollozando sintiéndome tan mal, entrando en un agujero negro el cual me succionaba dejándome vacía y sin nada de fuerzas, ni esperanzas, ni mucho menos motivación para seguir con mi vida y por fin superar las muertes de mis padres. Me apreté un mechón de cabello con fuerza, el dolor me estaba consumiendo lentamente. 

Muchas personas en su funeral me dijeron que yo no tenía la culpa y que en algún punto de mi vida iba a volver a ver la luz de mi camino otra vez, esa luz nunca apareció no falta mucho para que en algunos años más cumpla una década sin ellos a mi lado, jamás apareció algo o alguien que me dé esperanzas de verdad, o al menos que me hiciera sentir como en casa, nunca. 

Debía levantarme e ir a clase, pero mis fuerzas físicas como emocionales no estaban cargadas, estaba desfalleciendo en mi propia tormenta, nadie nunca se atrevería a sacarme de aquí. Nadie era tan valiente para algo así, y que podría esperar si cada persona tiene sus problemas ¿a quién le interesaría los míos? ¿Qué me garantiza que alguien vendrá a intentar juntar mis piezas rotas? 

No. Eso solo pasa en películas y esta era la vida real. Nada es como los cuentos de hadas, nadie viene a rescatarte de la torre, nadie. Tu misma tienes que ser lo suficientemente valiente para salir de ella, vencer tus miedos, apagar tus demonios y afrontar tu vida lo mejor que puedas. 

Así que lo siguiente que hice fue pararme, fui al lavamanos y abrí el grifo el agua salió con fuerza tanto así que algunas gotas me salpicaron, junte mis manos y el agua que cayó en mis manos la lleve hacia mi cara, el agua fría estremeció por unos segundos mi piel, me seque con la chaqueta que iba puesta y salí. 

Entre a clase a nadie le importaba de aquí así que nadie volteo a verme o algo así, lo cual en este caso era una ventaja, no quería que nadie me vea llorar.

EFÍMERO  [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora