Capítulo 15 Susurros de una mestiza

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Hidan se levantó lentamente, con el corazón pesado por la revelación de Saya. Colocó la antorcha en su lugar, y cuando se giró, la encontró observándolo con ojos tristes y apagados, devolviéndole una mirada que parecía contener el peso de un insondable sufrimiento.

– Ya sabes algo que toda la humanidad ignora. – dijo ella, en un susurro tan débil como lo era la luz de la antorcha.

– Preferiría seguir siendo un ignorante. – respondió Hidan, dejando escapar un suspiro.

Volvió a sentarse frente a la celda, cruzando las piernas. El frío de las profundidades de Expiación lo envolvía, pero no tanto como lo hacía la tristeza que emanaba de Saya. Ambos se miraban en silencio, un silencio cargado de emociones no expresadas, mientras las manos pálidas de ella temblaban al rozar la tierra. Hidan se maldijo por no tener nada con qué cubrirla, por no tener ninguna manera de ofrecerle un mínimo consuelo.

– Pero ya no lo eres. – dijo ella finalmente, rompiendo el silencio y desviando la mirada hacia el suelo, como si las palabras fueran demasiado pesadas para sostener la cabeza en alto. – Fui sacrificada a los demonios. Ahí es donde empieza todo para nosotros.

Hidan no pudo evitar sentir una nueva oleada de lástima por Saya. Apenas había diferencia de edad entre ellos y sin embargo, su vida había sido un tormento inimaginable, pues mientras que él había crecido en la seguridad de su hogar, en Özestan, Saya había sido arrastrada a un destino de oscuridad y sufrimiento, forzada a vivir bajo el yugo de los demonios. Sus ojos amarillos, fruto del poder demoníaco, habrían brillado con una ferocidad temible bajo la máscara, pero ahora parecían ser testigos de una pesadilla interminable, una de la cual su dueña no podía despertar. Quizá por eso deseaba la muerte, para olvidar, para escapar de su dolor.

– Te contaré mi historia, si quieres escucharla. – ofreció Saya. – Puede que te sirva, puede que no. Para mí será una forma de sacar el dolor y la amargura que guardo en mi corazón desde hace mucho tiempo.

Hidan asintió lentamente. Había algo en su voz, en la forma en que pronunciaba cada palabra, que le hacía sentir que escucharla era lo menos que podía hacer. Saya dio entonces un largo suspiro, preparándose para dar inicio a un relato que nunca más volvería a contar.

– Desde hace siglos, muchas aldeas y pueblos ofrecen sacrificios a los demonios con la esperanza de salvarse de su ataque. – comenzó. – Ya sea en Mantra, Sandora, Ilis... Gimma, Tomma, Dhalis o Hiberna... Allá donde la sombra de los demonios llega, la humanidad recurre a los sacrificios en un acto de desesperación. Y en todos esos lugares, los sacrificados desaparecen en el olvido, al igual que los pueblos que dejan tras de sí... Porque todos ellos son arrasados, sin excepción.– una sonrisa triste se dibujó en su rostro, una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. – Algunos de los sacrificios son asesinados antes de que lleguen los demonios o incluso frente a ellos, para disuadirlos, tal vez... Y otros son directamente entregados. Eso sucede la mayoría de las veces, y cuando ocurre, el destino del sacrificio puede llegar a ser peor que la mismísima muerte, aunque no se sea consciente de ello.

Hidan la miró con creciente inquietud. No podía evitar preguntar, aunque en cuanto las palabras salieron de su boca, se arrepintió de inmediato.

– ¿Hay algo peor que morir a manos de un demonio?

– Convertirse en uno de ellos. – respondió ella, sin vacilar, con una firmeza que heló la sangre de Hidan. – Hace diez años, los demonios llegaron a las Islas Arcadia. Ese era mi hogar, al noroeste, frente a las costas de la Región de Sandora... Mi gente había logrado sobrevivir gracias a que los demonios aún no se habían aventurado más allá del Continente, pero con la llegada de refugiados a nuestras islas, algunos trajeron consigo las creencias de las Alas del Cuervo... y cuando esos monstruos aparecieron finalmente, fui sacrificada para salvar a mi pueblo. Me arrancaron de los brazos de mi madre solo por tener una marca en la espalda que rara vez era capaz de ver yo misma. – su voz se quebró. – Yo no era más que otro sacrificio humano, una niña que sería apta o que moriría.

El Cazador de demonios (libro I) La Montaña ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora