Capítulo 46 Pulso Blanco

3K 259 61
                                    

En el abismo sombrío que era ahora el alma de Hidan, Lumia colgaba de sus cadenas, con la cabeza gacha y el peso de su desesperación aplastando su espíritu. Todo a su alrededor era quietud, una quietud tan densa que contrastaba con la sangre que goteaba lentamente de su vestido, desapareciendo en la negrura infinita como un eco macabro.

Pero entonces, algo rompió ese silencio.

"¿Quién eres?"

Esa voz, la voz de Hidan, resonó en el vacío, clara y firme como lo había sido antes de que el rey de los demonios le impusiera la Máscara del Lobo.

– Hidan... – susurró Lumia, levantando la cabeza con un esfuerzo titánico, aunque sus ojos azules no pudieran ver nada más que oscuridad.

"¿Quién eres?"

La pregunta se repitió, reverberando en las profundidades de aquel espacio introspectivo, revelando la lucha interna que aún libraba Hidan, la chispa de resistencia que se negaba a ser sofocada por el poder oscuro que lo había consumido.

Y entonces ocurrió.

"Saya"

Lumia escuchó ese nombre y, al instante, sus ojos se llenaron de lágrimas. Cuando la última gota de sangre cayó de su vestido y tocó la profundidad del abismo, la oscuridad explotó en un estallido de luz, como una marea que lo inundó todo, bañando la extensión infinita en un blanco puro. Las cadenas que la sujetaban se agrietaron y se desmoronaron entonces, liberándola del yugo opresivo, haciendo que su cuerpo cayera al vacío, pero antes de tocar el fondo, unos brazos la sostuvieron. Al abrir los ojos, la estrella vio que quien la había rescatado no era otro que el reflejo de su portador. La espada sonreía con la cabeza en alto, una sonrisa que, como siempre, perturbaba y a la vez reconfortaba su corazón.

– Mordaz... – Lumia sonrió con alivio, mientras observaba cómo el alma de Hidan recuperaba su pureza, desterrando las sombras que lo habían aprisionado hasta entonces. El paisaje alrededor de ellos comenzaba a cambiar, y la estrella se tocó el corazón, sintiendo el alivio de su liberación. – Lo ha conseguido... se ha liberado...

Mordaz, con un gesto orgulloso, la depositó con delicadeza en el suelo.

– Ya te lo dije. – aseguró él, con el pecho hinchado de orgullo. – Ese mocoso tiene más fuerza de voluntad que todos sus antepasados juntos.

Mientras tanto, en el mundo exterior, Saya miraba a Hidan con desconcierto, sintiendo las lágrimas ajenas caer sobre su rostro. Él la observaba con tristeza, con el cuerpo temblando y sus ojos de lobo inundados por una profunda melancolía.

– Saya... – repitió él, con la voz quebrada, y esta vez fue Saya quien comenzó a llorar.

– Hidan... – murmuró ella, con el alma al borde del colapso.

Con un llanto silencioso, Saya alzó los brazos y los enredó en el cuello de Hidan. Ambos se abrazaron, compartiendo sus lágrimas, y en ese instante, para el muchacho, el tiempo se detuvo. Todo lo que existía en su mundo era Saya, habiendo inundado cada rincón de su ser, calmando la tormenta en su mente hasta dejarla en silencio, excepto por su nombre. Hidan la estrechó con fuerza, como si al hacerlo pudiera enterrar todos sus pensamientos y recuerdos dolorosos. Graown y el rey observaban la escena; el grifo, con lágrimas latentes en sus ojos ámbar, y el demonio, apretando los puños de su armadura, impotente ante lo que presenciaba. Cuando finalmente deshicieron el abrazo, ambos mestizos se miraron en silencio, tal vez sin saber qué decir, o simplemente perdidos en los ojos del otro.

– Pensé que jamás volvería a verte... – confesó Hidan, bajando la cabeza con tristeza. – Estuve a punto de...

Antes de que pudiera terminar, Saya apretó su agarre, impidiéndole hablar más. Hidan, sin embargo, se sentía consumido por la culpa, la vergüenza de haber intentado matarla, de haberse dejado manipular por el rey, de haber sido tan débil... Un dolor abrasador presionaba su corazón, quemándolo desde dentro, recordándole todos los errores que había cometido desde el momento en el que puso un pie sobre la cima de la Montaña Prohibida.

El Cazador de demonios (libro I) La Montaña ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora