Capítulo 18 El camino para ser Cazador

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Hidan abrió los ojos con esfuerzo, como si el peso del mundo descansara sobre sus párpados. La cabeza le daba vueltas, y su visión era un mosaico borroso de sombras y luces. Poco a poco, las formas comenzaron a definirse, revelando un techo de madera y un ambiente familiar que se cernía sobre él con la calidez de un hogar. Se dio cuenta de que estaba recostado bajo una manta áspera, y un paño húmedo reposaba en su frente, enfriando su fiebre. Intentó incorporarse con cuidado sobre la cama de paja, y al hacerlo, observó el entorno con cierta confusión. El segundo piso de la casa de Elric lo recibió en silencio. Hidan se encontraba solo, salvo por la quietud del lugar que parecía vigilarle. Una voz familiar rompió la atmósfera, resonando en la penumbra con un toque de ironía.

– Por fin has despertado, mocoso. – dijo Mordaz, con su tono inconfundible. – No estaba nada preocupado, ¿sabes?

Una leve sonrisa asomó en los labios de Hidan, un gesto frágil en medio de su agotamiento. Miró a su alrededor, buscando a su fiel espada, aunque las punzadas de dolor en sus costillas y en la mano izquierda lo obligaron a detenerse. Un escalofrío recorrió su espalda al ver su cuerpo en el proceso; un cuerpo envuelto en vendas que, aunque lo mantenían unido, llevaban las marcas de su sufrimiento en forma de manchas de sangre.

– Yo que tú no me movería tanto. – aconsejó Mordaz a un palmo de distancia de donde él se recostaba, con una mezcla de preocupación y humor. – Has estado inconsciente durante tres días, al borde de la muerte.

– ¡No le digas algo así en su estado! – exclamó Lumia con exasperación.

– Ya oíste a los Cazadores cuando lo trajimos. – se escudó la espada. – Su vida pendía de un hilo.

Aquel último comentario hizo que la confusión se intensificara en la mente de Hidan.

– ¿Me trajisteis? – preguntó, con la incredulidad marcando cada palabra.

Mordaz, siempre elocuente, suspiró.

– Bueno... es una larga historia, como todas las buenas historias. – aseguró. – Resulta que tardaste dos días en superar la prueba, y justo cuando despertaste, una explosión...

– ¿¡Una explosión!? – el joven sintió un pánico repentino. Saya le había advertido de la posibilidad de una explosión si fallaba la prueba. Sin embargo, el simple hecho de seguir vivo significaba que la había superado.

– ¡Oh, sí! Menudo boquete hiciste. – continuó Mordaz, riendo ante el desconcierto de su portador.

– No te preocupes, Hidan. – intervino Lumia con suavidad, tratando de calmarlo. – Nadie resultó herido. Mordaz se refiere a que, desde el primer momento en que cerraste los ojos, una energía extraña comenzó a manar de ti, repeliendo todo a tu alrededor.

– Exactamente. – añadió la espada con su habitual entusiasmo. – Y justo antes de que despertaras, una ola de energía estremeció la tierra, dejándote en el fondo de una fosa generada por ese poder... Parecía el cráter que dejan los meteoros, ¿sabes?

Hidan trató de recordar, pero sus recuerdos de ese momento eran solo fragmentos rotos de luz y sombra.

– Cuando perdiste el conocimiento, los Cazadores estaban a punto de llegar. – siguió explicando la estrella. – Así que, decidimos que la mejor manera de sacarte de allí era...

– Que yo poseyera tu cuerpo. – concluyó Mordaz, con un aire de satisfacción. – Nunca lo había hecho contigo, ¿sabes? Fue toda una experiencia. Cuando los Cazadores llegaron, me hice pasar por ti y regresamos al pueblo... Bueno, te trajimos aquí. El golpe en la cabeza... ese fue un pequeño accidente al terminar la posesión. – añadió con un orgullo mal disimulado.

El Cazador de demonios (libro I) La Montaña ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora