Esa noche no se pareció en nada a las anteriores que habían compartido. Un aire helado, casi tangible, se apoderó de su improvisado campamento, como si el pantano mismo reflejara la tensión que impregnaba los corazones de los presentes. Horas antes, Graown había regresado de la caza con algunas frutas silvestres y peces, un botín modesto que apenas rompió el silencio que había caído entre ellos, pues desde su vuelta, el grifo había permanecido en un distante mutismo, sentado lejos de Saya e Hidan, observando con una mirada sombría el crepitar del fuego que mantenía a raya la oscuridad de la noche.
La mestiza, envuelta en sus propios pensamientos, abrazaba sus rodillas mientras sus ojos se perdían en las llamas y su rostro permanecía en apariencia inmutable, como una máscara. El fuego danzaba ante ella y sentía su calor, pero aun así, la joven no lograba disipar la frialdad que se había asentado en su pecho. Hidan, por su parte, permanecía inmóvil en su lugar, pero con la mente despierta, consciente de cada movimiento y susurro a su alrededor. Después de todo, el chico había aceptado la oferta de Mordaz para entrenar y mejorar sus habilidades, decidido a no depender siempre del poder de otros, ni de Lumia, ni de su espada, ni de la combinación de la luz y la oscuridad que se había convertido en su propio Pulso. Mientras su cuerpo descansaba en el mundo físico, su espíritu se enfrentaba en el abismo de su alma a Mordaz, en un duelo de fuerza y voluntad. Cada combate que libraban lo hacía más rápido, más fuerte, impulsado por una especie de rabia contenida que ardía en su interior. No era solo la molestia que despertaban en él los comentarios sarcásticos de Mordaz la que lo motivaba, sino también Graown, el grifo que, con sus palabras bienintencionadas pero venenosas, había hecho llorar a Saya. Y esa furia se manifestaba en cada golpe que lanzaba contra su nuevo maestro, como si el mismísimo Graown fuera su adversario.
– Te estás exigiendo demasiado. – lo reprendió Lumia, viendo cómo el joven se desahogaba en la pelea, dejando que su frustración guiara sus movimientos. – Si sigues así, tu cuerpo no resistirá tanta presión y...
– ¡Deja que el mocoso se desahogue! – interrumpió Mordaz, disfrutando del espectáculo que ofrecía su pupilo iracundo. Había asestado un fuerte golpe en el estómago de Hidan, pero la sonrisa en su rostro indicaba que disfrutaba más de la lucha emocional que de la física. – ¡Yo decidiré cuándo es el momento de parar! – se giró hacia el muchacho, demostrando en sus ojos una malicia burlona. – Ven, mocoso, descarga tu ira sobre mí. Hazlo por el demonio Serpiente. – añadió con sorna. – Así, cuando despiertes, podrás darle una paliza a ese pajarraco charlatán, si quieres.
Hidan sonrió con amargura, respirando con dificultad. Mordaz había estado hurgando en su mente desde que había aceptado sus sentimientos por Saya, pero un solo golpe de la espada no lo haría retroceder. A su vez, él también lograba conectar algunos golpes, y su agilidad y percepción habían mejorado notablemente en poco tiempo. No comprendía del todo cómo, pero las técnicas de Mordaz en ese espacio introspectivo funcionaban de manera asombrosa.
– Es a ti a quien voy a... – comenzó a decir, pero de repente, una sensación extraña recorrió su cuerpo espiritual. Notó que su verdadero cuerpo, el que yacía en el mundo físico, estaba siendo tocado, y un escalofrío lo recorrió. Incluso Mordaz pareció notarlo, pues sus ojos mostraron una chispa de preocupación momentánea. Sin embargo, Hidan ignoró a la espada y se concentró en aquella sensación cálida que no lograba identificar hasta que escuchó la voz de Graown.
– ¿Qué haces, Saya? – preguntó el grifo.
– Lo estoy incorporando. – respondió ella secamente, mientras acomodaba al muchacho contra el tronco de un árbol nudoso. – Si sigue tumbado, el veneno en su sangre permanecerá estático.
Tras asegurarse de que Hidan estaba cómodo, Saya se sentó a su lado y comenzó a comer las bayas que Graown había traído. Estaba profundamente preocupada por él, pues sabía que hasta que el joven no despertara, no comería nada, y la falta de alimento durante los siete días de recuperación no haría más que debilitar su cuerpo, haciéndolo vulnerable a enfermedades y amenazando con erosionar su musculatura y vitalidad. Pero, ¿qué más podía hacer ella? No tenía el poder de extraer el veneno de su sangre ni de acelerar el efecto del antídoto. Ella misma se había despertado porque su parte demoníaca había asimilado el veneno, pero Hidan era humano... A pesar del poder del Pulso que le había otorgado, seguía teniendo un cuerpo frágil y susceptible a la muerte.
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El Cazador de demonios (libro I) La Montaña Prohibida
Fantasy*GANADOR DEL PRIMER PUESTO EN LOS DreamersAwards2016 y en los PremiosGemasPerdidas2016 en la categoría ACCIÓN/AVENTURA [De un inicio cliché puede nacer una historia y un mundo completamente diferentes. Irrepetibles. Nuevos.] • • • • • • Durante...