Capítulo 30 El último aliento

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Las horas de oscuridad que restaban transcurrieron en la orilla de la sombría laguna, pues no era prudente continuar el viaje en medio de la noche, ni tampoco era el momento propicio para hacerlo. Saya permanecía sentada junto al agua, sumida en un silencio meditativo, mientras Graown vigilaba desde la distancia, guardando con celo la Máscara de la Serpiente. Hidan, por su parte, deambulaba abatido a lo largo de la laguna, con la mirada llena de repulsión al posarse en los cuerpos alados y plumosos de los demonios que había abatido. Contemplando la cantidad de enemigos caídos, le costaba asimilar que él, quien apenas un año atrás no era más que un simple aldeano, ahora había sido capaz de enfrentarse a semejantes criaturas sin titubear. Recordó con amargura cómo, cuando Özestan fue atacada, su cuerpo se había congelado de miedo, y que en Thalassa, pese al poder de la Luz que le otorgaba Lumia, no había podido salvar a nadie. Mientras se perdía en sus pensamientos, sus ojos pardos se detuvieron en el estandarte que habían visto portar a Aven mientras encabezaba la horda. Ahora, la enseña negra se encontraba tirada junto a uno de los demonios muertos, manchada en parte de lodo y sangre. Sin dudar, Hidan la recogió y volvió junto a Saya para mostrarle su hallazgo. Al acercarse a ella, clavó el estandarte en el suelo embarrado y luego se alejó hacia los árboles, en busca de piedras lo suficientemente grandes para rodearlo. Eso era todo lo que podía hacer por Saya y por Córcona, al igual que lo habían hecho los Cazadores por su tío o por Kram.

– Es... una digna tumba. – dijo Saya, levantando la mirada en señal de gratitud.

La mestiza había observado a su amigo mientras construía el túmulo, y aunque no fuera más que un estandarte rodeado de piedras, sin un cuerpo que custodiar, sabía que Córcona estaría satisfecho con esa tumba. La joven se levantó del suelo y se acercó al improvisado monumento, volviendo a sentarse frente a él. Hidan se quedó a su lado, contemplando cómo la brisa agitaba suavemente la tela. El destino parecía disfrutar enfrentándolos constantemente a las tumbas de aquellos que amaban, arrastrándolos a esa misma escena una y otra vez. Pero en esta ocasión, era Saya la que soportaba el peso del sufrimiento, e Hidan no podía permanecer en silencio. No después de que ella lo hubiera ayudado a seguir adelante cuando, tras la batalla de Thalassa, él no sabía cómo continuar.

– Saya... ambos conocemos el dolor de perder a alguien importante. – murmuró. – Y si pudiera decir algo que aliviara tu pesar, lo haría... – la muchacha lo escuchaba, pero sin levantar la vista. – Aunque no puedas verlo ahora, sabes que debes enterrar el dolor junto a aquellos que has perdido... y seguir adelante.

La joven no respondió, e Hidan, comprendiendo su necesidad de soledad, se alejó unos metros, sentándose junto a Graown.

– No creí que la muerte del demonio le afectaría tanto. – comentó el ave, con una voz cargada de sorpresa.

Hidan suspiró, lanzando una mirada triste hacia la figura de Saya.

– Era su hermano... – le recordó. – Los años que compartieron, incluso bajo la máscara, fueron reales... Y todos sufrimos al ver morir a un miembro de nuestra familia. – sus ojos se perdieron en las aguas oscuras de la laguna, sintiendo una punzada de dolor en el pecho. – Y siempre es más difícil aceptarlo cuando sabes que tienes parte de la culpa.

El silencio se adueñó del lugar mientras observaban a Saya orar frente al túmulo. La joven luchaba por no mostrar sus lágrimas, por no dejar que su dolor la doblegara. Sentía que su fracaso era total, aunque Córcona lo hubiera negado en sus últimos momentos. Quizá él había encontrado la felicidad en la muerte, si su alma había sido acogida en el Otro Mundo, pero para ella, eso no era suficiente. Ella anhelaba que todos sus hermanos conocieran la libertad, que pudieran tocarla, sentirla, vivirla... Pero tal vez, comprendió entonces, la libertad significaba algo diferente para cada persona. Y quizá, para Córcona, la muerte había sido la liberación más anhelada.

El Cazador de demonios (libro I) La Montaña ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora