Capítulo 43 Depravación humana

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Los gritos de Hidan reverberaban como un lamento de agonía entre los gigantescos cristales de la cumbre de la Montaña Prohibida. Su eco frío y penetrante se extendió por el aire hasta alcanzar las ruinas blancas de Fodies, donde las batallas aún rugían. En medio del caos, Ruu alzó la vista hacia el cielo nocturno, reconociendo al instante la voz desesperada de su compañero, esa voz que parecía arrastrar consigo la sombra de una derrota inevitable. Aquel eco persistente era como un cuchillo que rasgaba la tenue fe de los que luchaban abajo, haciendo que el mestizo de cabellos blancos se cuestionase si el valiente joven había sucumbido finalmente a las garras del Rey de los demonios. Mientras tanto, en lo alto, en aquella sala del trono cuya techumbre era el firmamento, el Rey de los demonios había terminado de materializar un objeto oscuro y siniestro, una entidad que parecía absorber la luz misma. Para Hidan, quien estaba al borde del desvanecimiento, aquella figura no era más que una manifestación tangible de la más profunda desesperación, una oscuridad que había visto antes. Aterrado, trató de moverse, intentando liberarse del cristal que aprisionaba su cuerpo, pero el Rey, con un gesto casi perezoso, alzó su mano de metal y reforzó la fuerza invisible que lo mantenía inmóvil, como si la gravedad se confabulase con el soberano para retenerlo.

No te resistas, Portador de Luz. – pronunció el Rey con una voz gélida que resonó con una autoridad inquebrantable. – Todo está perdido para los tuyos. Cuando el sol se alce por el este, la rebelión que tan insensatamente habéis comenzado será sofocada, y todos los que osaron desafiarme serán ejecutados. Hoy, la sangre fluirá por esta montaña como lo ha hecho ya la de tus compañeros...

Las palabras de la armadura eran como veneno que se filtraba en la mente de Hidan, siendo cada sílaba un golpe que quebraba lo que quedaba de su espíritu. El muchacho volvió a gritar, desesperado, mientras su voz quebrada resonaba con una mezcla de dolor y furia, un lamento desgarrador que parecía retumbar por toda la Montaña Prohibida. La memoria de sus compañeros caídos, Graown y Saya, lo atravesaba como un fuego que quemaba desde lo más profundo de su ser. La pérdida era abrumadora y la soledad un pozo sin fondo que lo consumía.

De repente, el grito se extinguió en su garganta, y su cuerpo, antes tenso por la resistencia, se relajó en una caída que parecía ser el preludio de su inevitable rendición. Bajó la cabeza como un peso muerto y sus hombros se hundieron en el cristal bajo el peso de la desesperación. Sus ojos cobrizos, vidriosos y desenfocados, reflejaban una tormenta interna, mientras gruesas lágrimas surcaban su rostro ensangrentado. Todo parecía desmoronarse a su alrededor, y la pregunta que martillaba en su mente era una sola.

¿Por qué?

¿Por qué tenía que terminar así? Las sonrisas de Graown y Saya, aquellas promesas de sobrevivir juntos, se desmoronaban en su memoria, dejando un vacío imposible de llenar. El Rey, con una crueldad medida, desenvainó entonces su espada y, con la punta del acero, levantó el rostro de Hidan, forzándolo a mirarlo a los ojos. Esos ojos, antaño brillantes y llenos de determinación, estaban ahora apagados, reflejando sólo el tormento que lo consumía.

Dime, humano. – susurró el soberano. – ¿Quién tiene la culpa de esta tragedia? ¿Acaso somos nosotros, los demonios? ¿O lo eres tú, con tu ambición insensata?

El joven Cazador abrió los ojos, llenos de pánico, suplicando con la mirada que el tormento cesara, pero las palabras del Rey eran implacables, desgarrando lo que quedaba de su cordura con una ponzoñosa verdad.

Si no hubieras sido tan arrogante como para desafiarme, el grifo no habría ascendido la montaña, Saya seguiría viva, bajo mis órdenes, y todos aquellos a quienes has arrastrado a esta insurrección de una forma u otra continuarían con sus vidas lamentables, en lugar de enfrentar una muerte segura. – una carcajada gutural resonó en el interior de su armadura. – Tu ambición ha condenado no sólo a tus compañeros, Portador de Luz... Sino a todos aquellos que confiaron en ti.

El Cazador de demonios (libro I) La Montaña ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora