Capítulo 8 Hablando en el cielo

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– ¿Cómo pretendes que me ponga a gritar "dame la piedra"? – le espetó por décima vez Hidan a Graown.

– Muy simple, solo hazlo. – contestó el grifo.

– Como si fuera tan fácil. – bufó el joven.

– Yo puedo hacerlo por ti, si quieres. – dijo Shina, dispuesta a ayudar.

En sus ojos brillaba una ilusión infantil que Hidan no se veía capaz de apagar.

– No, no, ya lo haré yo... – contestó él, mirando a Graown con una expresión asesina.

Poco tiempo después, Hidan y Shina sobrevolaban el cielo a lomos de Graown en dirección a la cordillera montañosa que se elevaba imponente ante ellos. El cielo del mediodía estaba despejado, no había nubes y el viento templado acariciaba el rostro de todos. La roca y piedra de la que se componía la cordillera era punzante y escarpada y aún así, la vegetación a base de musgo y flores crecía impasible. Tomaron tierra en un saliente lo suficientemente plano y se bajaron.

– No estoy acostumbrado a esto... – musitó Graown, estirando cada parte de su cuerpo entumecido.

– ¿Quién era el que quería venir hasta aquí sin necesidad? – inquirió Hidan de manera sarcástica.

– No soy yo el que cree en estas leyendas. – se defendió el grifo, señalando con la mirada a la niña que en esos momentos descendía de su lomo.

Hidan suspiró. Él tampoco creía en esa leyenda, pero ya fuera para contentar a Shina o para agotar todas las posibilidades, en el fondo, algo dentro de él le apremiaba a intentarlo, por muy absurdo que fuese.

– Vale, vale. ¿Por dónde empiezo?

– Sube y pídele al cielo que te la entregue. Y recuerda pedírselo por favor. – dijo Shina, emocionada.

– En fin, subiré lo más alto que pueda y daré lo mejor de mí. – respondió Hidan, ahogando un suspiro.

– ¡Ánimo! –dijo Graown reprimiendo la risa. – Nosotros te esperaremos aquí.

Dicho esto, el muchacho se acercó a la pared de roca y comenzó a escalarla con las manos desnudas.

– ¡Ten cuidado de no caerte! –exclamó Shina, alzando la mano para despedir al escalador, mas su voz llevada por el viento estaba ya muy lejos de él.

Continuó subiendo la escarpada pared buscando lugares donde apoyarse. Varias veces perdió el equilibrio y quedó colgando de un brazo, pero al final logró mantenerse firme y recuperarse del shock. Poco a poco, el aire se iba volviendo más y más frío, haciendo que respirar se convirtiera en un desafío más al que debía enfrentarse además de mantener el equilibrio. Miró hacia abajo y solo vio nubes y bruma. ¿A qué altura estaría? Desde hacía un buen rato no veía ni escuchaba a Graown ni a Shina. Miró hacia arriba. Igualmente, todo estaba cubierto de nubes y la espesa bruma dificultaba la vista. Solo podía seguir subiendo, pero su mente se quebró al pensar en el modo de bajar. Prosiguió el ascenso y sin darse cuenta del tiempo empleado, llegó a la cima cuando ya era de noche. Las horas que había pasado escalando las ignoraba, pero la luna ya brillaba en el cielo y miles de estrellas centelleaban a su alrededor. Había llegado el momento de la verdad.

– ¡¿HOLA?! – exclamó. – ¿ALGUIEN ME ESCUCHA?

No hubo respuesta. Para sus adentros, pensó que no obtenerla era lógico y que hubiera sido un milagro ser respondido. De todos modos, su instinto le hizo continuar, aunque su mente le repitiese que no serviría de nada.

– ¡VENGO A BUSCAR LA PIEDRA DE LA LUZ! – aguardó unos momentos. – ¡POR FAVOR! La... ¡LA NECESITO! ¡TODOS AQUÍ ABAJO LA NECESITAMOS!

Por segunda vez no hubo respuesta y en lo más hondo de su corazón, el último vestigio de fe se esfumó a la misma velocidad que el vaho provocado por su respiración al encontrarse en lo alto de la montaña. La piedra era solo un mito, una leyenda que pasaba de generación en generación... Un cuento tan ridículo como las creencias que justificaban las Alas del Cuervo. Habiendo agotado ya toda esperanza, Hidan decidió empezar el peligroso descenso cuando de repente, una luz cálida iluminó su rostro. Una luz blanca, pura luz de estrella, que hizo que sus ojos se alzasen sin dudarlo hacia el cielo, y allí, entre largas telas blancas y rodeada por un halo de luz espectral, se encontraba ella. Una niña, cuyo largo y rizado cabello negro era movido por el viento, y cuyos dulces ojos almendrados miraban con cariño a su hermano mayor.

El Cazador de demonios (libro I) La Montaña ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora