Capítulo 45 El lobo y la serpiente

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En poco tiempo, Saya y Graown llegaron a la cima de las escaleras y el ave aterrizó suavemente en una sala de columnas rojas. El lugar tenía la apariencia de haber albergado una feroz batalla recientemente y con cautela, el grifo comenzó a caminar entre las columnas rojas. Sus garras resonaban en el silencio hasta que divisó un trono gris adornado con calaveras, una columna destruida, una pared desmoronada y sangre esparcida por el suelo. Cerca de una de las paredes, un cuerpo yacía inmóvil sobre un charco de sangre. Ver el cuerpo y saber que no era el de Hidan le dio un respiro de alivio, pero la incertidumbre sobre el paradero de su pupilo lo mantenía en tensión. El olor de Hidan estaba en el aire, fresco, pero sabía que pronto se disiparía. También percibía su sangre, abundante en el suelo, y el solo pensar en ello lo aterrorizaba.

– Detente. – ordenó entonces Saya, y Graown obedeció al instante. – Hay... hay una barrera justo delante de nosotros.

El grifo entrecerró los ojos, pues no veía nada, pero confiaba en los sentidos de la muchacha más que en su propia vista.

– ¿Y qué hacemos? —preguntó.

– Es una barrera que cierra el paso. – explicó la mestiza, sus ojos fijos en el vacío frente a ellos. – Nadie puede salir de ella sin el permiso de su creador, pero tal vez...

– Tal vez desde fuera sí se pueda entrar, ¿eso es lo que quieres decir, verdad?

Saya asintió, su mirada desviándose hacia el cuerpo caído que reconoció como Taiga. No sentía su aura demoníaca en él, una señal inconfundible de que estaba muerto. Al confirmarlo, el dolor la invadió al ver a otro de sus hermanos perecer, uno más al que no había podido salvar pese al hecho de creerse libres... Cerró los ojos, incapaz de soportar la vista, y hundió su cabeza en el plumaje de Graown, buscando consuelo en la calidez del grifo.

Intentémoslo. – pidió la joven.

La criatura de magia ancestral asintió con un gesto solemne, consciente de la gravedad de lo que estaban a punto de hacer, y con parsimonia, comenzó a caminar, midiendo cada paso con cuidado. El silencio en la sala de columnas rojas era abrumador, roto solo por el sonido de sus garras sobre el mármol y por el suave susurro de sus plumas rozándose unas con otras. A medida que avanzaban, una carga eléctrica imperceptible se filtró por el aire, haciendo que las plumas de Graown se erizaran en un momento dado, pero el grifo no titubeó y continuó su marcha hasta llegar al trono, donde finalmente se detuvo.

– Parece haber funcionado... – murmuró, examinando a su alrededor, pero al notar cómo Saya bajaba de su lomo y miraba el cuerpo inerte en el suelo, añadió en voz baja: – ¿Quieres ir... a verle?

La pregunta pareció sacudir a la mestiza de sus pensamientos. Sus músculos se tensaron, y con un esfuerzo visible, alzó las manos, abriéndolas y cerrándolas varias veces, como si quisiera asegurarse de que tenía pleno control sobre su cuerpo. Las venas, que antes latían con un color violáceo, ahora eran apenas visibles, y la movilidad parecía haber vuelto por completo a sus extremidades.

– No... – respondió, bajando la mirada mientras se mordía el labio inferior. – No podría hacerlo.

Decidida a mantener el rumbo, Saya empezó a caminar hacia el trono de piedra gris y Graown, con la cabeza gacha, la siguió en silencio. Sus ojos captaron entonces un destello en el suelo, y ambos se detuvieron al ver el arco y las flechas de Hidan, esparcidas de manera caótica, como si hubieran sido abandonadas en plena batalla. El corazón del grifo se tensó al instante, mientras la guerrera se agachaba con cuidado, recogiendo una de las flechas con las manos temblorosas.

– Ha ido por ahí... – anunció Saya, su voz apenas un susurro mientras señalaba una gran puerta al otro lado de la sala.

Graown siguió la dirección que indicaba al muchacha, con sus ojos fijos en el reguero de sangre que llevaba hacia la imponente puerta... Aquella sangre desprendía un olor inconfundible para él, y reconocerlo no hacía más que crisparle los nervios. Ya frente a la puerta, el ave observó la estructura maciza y decorada con grabados antiguos, sintiendo inexplicablemente cómo ésta imponía por sí sola.

El Cazador de demonios (libro I) La Montaña ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora